Cómo es que los homínidos ancestrales vivían es algo que nos daría valiosísima información respecto a cómo es que somos lo que somos y, afortunadamente, constituye un tema de interés para un buen puñado de científicos quienes en este momento se hacen preguntas como ¿cómo eran la vida social y las relaciones de nuestros ancestros? ¿eran monógamos o polígamos? Los huesos y restos que dejaron atrás nos dicen mucho menos de lo que quisiéramos saber respecto a su vida social. Y mientras más información –y más especies de homínidos- van apareciendo en el panorama más dudas surgen respecto a su vida social. Debido a que solo contamos con esa información, se vuelve necesario aprovecharla al máximo. Por suerte los fósiles –aún cuando fragmentados y limitados- pueden darnos información muy interesante. De su tamaño, por ejemplo, es posible deducir varias cosas. El dimorfismo sexual, es decir, la diferencia de tamaño observada entre machos y hembras de una especie es una característica que ha sido utilizada para predecir la conducta social. Mientras más grandes sean los machos con respecto a las hembras, mayor es la competencia existente entre los machos por el acceso a las hembras. Otras características también pueden estar asociadas con dicha competencia, como es el tamaño de los caninos. Utilizar el grado de dimorfismo sexual para inferir la vida social de los homínidos extintos se torna más difícil debido –entre otras cosas- a otras características del grupo sobre las que actualmente existe debate, como por ejemplo, el tamaño de los caninos. Y es en casos como este cuando, para darle la vuelta a ciertos problemas metodológicos, surgen ideas como la de utilizar otros indicadores de la vida social de las especies, como son aquellos relacionados con la selección sexual. Tal es la propuesta de un estudio realizado por Emma Nelson, Campbell Rolian, Lisa Cashmore y Susanne Shultz y cuyos resultados fueron publicados hace poquito en la revista Proceedings of the Royal Society. El grupo multinacional y multidisciplinario consideró para su estudio la proporción entre el segundo (dedo índice) y el cuarto dígito (dedo anular), es decir, el resultado de la división de la longitud del dedo índice entre la longitud del anular. Dicha proporción a la que comúnmente se refiere como 2D:4D, es considerada como un marcador de hormonas sexuales prenatales. |
Mano con el índice más corto que el anular (una proporción baja entre el segundo y el cuarto dedos) lo que indica una alta exposición a testosterona en el útero. Imagen tomada de Wikipedia. |
Por tanto, para indagar sobre el sistema social de los homínidos extintos bastaría con que tuviéramos información sobre sus manos, y dado que solo contamos con los huesitos de las manos de varios de ellos Emma y su equipo utilizaron el tamaño de las falanges. Para su estudio, entonces, no utilizaron la proporción 2D:4D si no la proporción 2FP:4FP, donde FP se refiere a la falange proximal. Emma y colegas utilizaron restos fósiles alojados en colecciones de museos, así como información reportada en otros artículos sobre homínidos existentes, es decir, Homo sapiens, y extintos como Pierolapithecus catalaunicus, Hispanopithecus laietanus (un simio ancestral), Ardipithecus ramidus (la recientemente descubierta “Ardi”), Australopithecus afarensis (como la famosa Lucy), y Homo neanderthalensis (nuestro pariente más cercano en la muestra). Para sus comparaciones utilizaron medidas de simios contemporáneos monógamos como los gibones (Hylobates) y simios más promiscuos como chimpancés, orangutanes y gorilas (Pan, Pongo y Gorilla, respectivamente). De tal suerte que contando con las medidas de las falanges de los homínidos extintos y el hombre, así como con las medidas de las falanges y la información respecto a la vida social de los simios contemporáneos y el hombre, fue posible inferir las costumbres de los homínidos ya extintos. Es importante notar que en caso particular del Homo sapiens el sistema social fue considerado como intermedio entre la monogamia y la poliginia. Los resultados señalan que Ardi, el simio ancestral, los neandertales, así como los humanos serían todos devotos de la poliginia, pero un sistema monógamo habría caracterizado a Austrolopithecus, es decir, a Lucy y sus parientes. Sin embargo, la variabilidad en las proporciones digitales de nuestros cercanos parientes Homo neanderthalensis sugiere que estos homínidos del pleistoceno, al igual que los humanos contemporáneos, podrían haber exhibido cierta flexibilidad en su sistema social y sus costumbres de apareamiento, es decir, podrían haberse encontrado indecisos entre la monogamia y la promiscuidad. Estos resultados, mas allá de sugerirnos como podrían haber sido los encabezados de la versión pleistocénica de la revista ¡Hola!, también nos sugieren que la transición de un sistema poligínico a uno (potencial o preponderantemente) monogámico pudo haber ocurrido ya tarde en la historia evolutiva humana. La propuesta anterior, ya puesta en la mesa anteriormente por otros autores, iría de acuerdo con las teorías que sugieren que un sistema monogámico habría evolucionado de la mano con el incremento en el tamaño del cerebro en la evolución del género Homo. Y no porque ser monógamo sea (necesariamente) sinónimo de ser avispado en el mundo animal, si no porque los cerebros grandes son costosos y la monogamia puede ser el sistema social ideal para costear su precio. Veamos porqué. |
Cría de Homo sapiens. Fotografía de Bùi Linh Ngân tomada de Wikimedia Commons. |
En el caso humano, en particular, la alta fecundidad puede en algunos casos mantenerse solo si se cuenta con la ayuda de ambos padres; sobre todo si pensamos en humanos en situaciones tan demandantes como las de un cazador-recolector y/o un nómada. El hecho de que, considerando la proporción 2FP:4FP, los humanos se encuentren en un punto intermedio entre la monogamia y la poliginia también sugiere que el emparejamiento en esta especie difiere de otros primates monógamos. Podemos decir que, biológicamente hablando, el sistema de los humanos es más bien uno en el que tanto las hembras como los machos suelen tener varias parejas, aunque exhiben una tendencia a la monogamia cuando llega la hora de criar a los retoños. A juzgar por la proporción de los huesitos de la mano, los sistemas sociales de los neandertales y los humanos modernos serían semejantes y caracterizados por un cierto grado de competencia en la adquisición de parejas. Esto va de acuerdo con la idea de que ambos miembros del género Homo mostraban semejanzas en su desarrollo. Como vemos, las manos –y en particular los huesos de los dedos- pueden darnos información sobre la vida social de las especies, incluidos los homínidos extintos. Mientras mas restos fósiles aparezcan mayores podrán ser los alcances de estudios como el de Emma y sus colaboradores. Todavía hay muchos enigmas que resolver como ¿cuándo el cerebro de los homínidos llego a ser tan grande que la crianza compartida fue un requisito para la sobrevivencia de las crías? ¿qué otros factores en la historia de nuestros ancestros intervinieron para que hubiera una transición de la poliginia a un sistema más cercano a la monogamia? ¿de qué manera –si es el caso- están ligados la evolución del tamaño del cerebro, el cuidado parental y el dimorfismo sexual? Seguro que en este momento hay alguno que otro paleobiólogo pensando de qué herramientas echar mano para dar respuesta a estas y otras electrizantes incógnitas. Artículo de referencia: |
Nelson, E., Rolian, C., Cashmore, L., & Shultz, S. (2010). Digit ratios predict polygyny in early apes, Ardipithecus, Neanderthals and early modern humans but not in Australopithecus Proceedings of the Royal Society B: Biological Sciences DOI: 10.1098/rspb.2010.1740
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Se recomienda leer el artículo de Dan Jones “A window on the past” publicado en 25 de abril del 2009 en la revista New Scientist.
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