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Science with a (lemon) twist
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sábado, 5 de noviembre de 2011

Facebook y las regiones del cerebro

Hasta hace un par de semanas Facebook tenía más de 750 millones de usuarios. En dicha red social virtual, como en otras como MySpace, los usuarios se mantienen en contacto con sus amigos de forma –a veces bastante- visible. Los usuarios de dicha red podemos darnos cuenta de que hay cierta variabilidad en el número de amigos que cada usuario tiene. Las razones de dicha variabilidad siguen perteneciendo al mundo de la especulación.
Imagen de Autumn tomada de aquí.
Hasta hace muy poco si la red de amigos en Facebook reflejaba o no el tamaño de las redes sociales en el mundo real (no virtual) seguía siendo poco claro y, a falta de datos empíricos, especulativo también. Podría ser que, por ejemplo, el tamaño de la red virtual tuviera una base neural. De hecho, en un estudio reciente se encontró que el tamaño y la complejidad de las redes sociales no virtuales estaba relacionado con el tamaño de la amígdala derecha e izquierda. Por lo tanto, la idea de que el tamaño de la red de amigos en Facebook estuviera relacionado con el tamaño de alguna región cerebral no es para nada descabellada.
En un bonito estudio llevado a cabo por investigadores del Reino Unido y Dinamarca liderado por Ryota Kanai y Geraint Rees un grupo de investigadores se dieron a la tarea de averiguar lo anterior y, además, identificar las regiones del cerebro asociadas con el tamaño de la red social de un grupo de usuarios de Facebook. Los autores además pensaron que tal vez las habilidades necesarias para mantener las redes sociales virtuales y las no virtuales podrían ser diferentes y que, por lo tanto, el tamaño de diferentes regiones cerebrales podría relacionarse de forma diferente con el tamaño de cada tipo de red social.
Para averiguar lo anterior, el equipo anglo-danés utilizó imágenes cerebrales por resonancia magnética (IRM) de 125 individuos, principalmente estudiantes. Con las IRM se obtiene una medida macroscópica de la anatomía del cerebro que ha sido utilizada de forma exitosa como correlato para identificar diferencias individuales con respecto a un montón de contextos como desempeño sensorial, habilidad introspectiva, orientación política, etc. De particular interés en este estudio fue el tamaño de aquellas regiones cerebrales que se relacionan con la cognición y la conducta social como aquellas implicadas en el reconocimiento de pistas sociales, teoría de la mente, memoria, etc.
El tamaño de varias regiones cerebrales fue entonces relacionado con el número de amigos que los individuos tenían en Facebook y en otras redes sociales no virtuales.
Los autores encontraron que el lado derecho de la amígdala cerebral estuvo asociada con el tamaño de las redes sociales virtuales y no virtuales, pero tres áreas cerebrales estuvieron asociadas específicamente con el tamaño de la red social virtual: el lado derecho del surco temporal superior, el lado izquierdo de la circunvolución temporal media y la corteza entorrinal.
Se ha observado que el surco temporal superior está asociado con la percepción del movimiento, pero también con la percepción de las intenciones de otros y la navegación en redes sociales. La corteza entorrinal se relaciona con la memoria asociativa, por ejemplo, la que necesitamos para memorizar pares de nombres y caras. Por lo que el hecho de que esta región esté asociada con redes virtuales –pero no con redes no-virtuales- podría sugerir que la participación de esta región relacionada con la memoria es indispensable para lidiar con una red virtual más grande que la no virtual. En general, el hecho de que haya regiones relacionadas exclusivamente con redes sociales virtuales sugiere que para lidiar con este tipo de redes podría ser necesaria una cognición social particular. 
Amigos en Facebook. Imagen de Matt Held.
Por otro lado, los autores encontraron que el tamaño de las redes virtuales (el número de amigos en Facebook) estuvo relacionado con el tamaño de las redes no virtuales. Este hallazgo apoya la idea de que los usuarios de redes virtuales utilizan estas herramientas en línea para mantener y fortalecer redes ya existentes, en lugar de simplemente crear redes de amigos nuevos y virtuales.
Una cosa que no nos dice el estudio del equipo anglo-danés es si aquellos individuos con una cierta estructura cerebral son más propicios a tener redes sociales virtuales de mayor tamaño o si ciertas áreas pueden incrementar su tamaño dependiendo de las posibilidades y necesidades impuestas por la vida virtual. No debemos olvidar que encontrar una correlación no es prueba de causa y efecto, por lo que un estudio longitudinal de usuarios de Facebook podría darnos más información acerca de la plasticidad neuronal del cerebro y/o sobre las bases biológicas de nuestras tendencias en línea.
Hoy en día que se habla mucho de la forma en la que Internet ha cambiado nuestros cerebros, pero sin pruebas palpables al respecto. En ese sentido, este tipo de estudios empiezan a darnos pistas respecto a la forma en la que nuestros cerebros pueden –o no- ser maleables a los retos impuestos por la variedad de medios sociales contemporáneos.
Artículo de referencia:
 



ResearchBlogging.org
Kanai, R., Bahrami, B., Roylance, R., & Rees, G. (2011). Online social network size is reflected in human brain structure Proceedings of the Royal Society B: Biological Sciences DOI: 10.1098/rspb.2011.1959

viernes, 15 de julio de 2011

La belleza está en la corteza orbito-frontal media de quien mira y escucha


Beauty is in the eye of the beholder
Plato
¿Qué podrían tener en común la Alhambra de Granada, una escultura mexicana, un cuadro de Cézanne, una obra de Bach y el canto de una virtuosa cantante japonesa? Bueno, pues todo esto podría ser considerado como hermoso y podría tener una cualidad común responsable de hacernos juzgarlo de tal forma.
Algunos estudiosos del arte como Clive Bell han considerado que si “pudiéramos descubrir una cualidad común y peculiar para todos los objetos que consideramos hermosos, entonces habríamos resuelto uno de los problemas centrales de la estética”. Si bien la búsqueda de una cualidad común a los objetos hermosos nos ayudaría a clasificar los objetos hermosos de los no hermosos, dicha búsqueda nos diría poco de la experiencia de quien observa. Mas aun, dentro de lo hermoso no solo se incluyen aquellos objetos que podemos ver, si no lo que podemos escuchar y experimentar con el resto de nuestros sentidos. ¿Es posible que una pieza musical y un paisaje tengan una característica común que explique nuestra percepción de ellos como hermosos?
Es posible que encontrar dicha característica en los objetos sea una tarea difícil. Sin embargo, del lado del receptor podría ser más sencillo encontrar una respuesta. Tal vez nuestro cerebro responde de la misma forma y en exactamente el mismo lugar. Lo anterior es precisamente lo que encontraron Tomohiro Ishizu y Semi Zeki, ambos de la University College London en el Reino Unido. Los resultados de su estudio fueron publicados recientemente en la revista PLoS One.
Tomohiro y Semi expusieron a un grupo de voluntarios a imágenes de retratos, paisajes y pinturas en color, así como estímulos musicales con grados variables de melodía y armonía; algunos eran derivados de piezas ejecutadas por orquestas y otros por grupos musicales más pequeños. Mientras lo anterior ocurría, obtuvieron imágenes por resonancia magnética funcional de los cerebros de los voluntarios y les pidieron que clasificaran cada estímulo como “hermoso”, “indiferente” o “feo”. 
El autor de la primera imagen es Edinburgh Blog y el de la segunda es Shakeh. Ambas imágenes fueron tomadas de Wikimedia Commons.
 
Los autores encontraron que, de todas las áreas que estuvieron activas durante el estímulo, solo un área cortical –localizada en la corteza orbito-frontal media- se activó durante la experiencia de belleza musical y visual. La corteza orbito-frontal media es un área grande de la corteza compuesta por varias áreas arquitectónicas (incluyendo las áreas de Brodmann 10, 11, 12, 32 y 25).
Dicha área también se ha activado cuando se ha buscado una relación entre recompensa, placer, juicio, belleza y valor con la actividad cerebral. Es decir, debe existir una relación entre el procesamiento cortical del valor, el deseo y la belleza. Sin embargo, es interesante notar que según el estudio de Tomohiro y Semir la activación de un área específica (llamada A1 por los autores) de la corteza orbito-frontal media se relacionó con juicios positivos (apreciación de belleza) pero no con juicios negativos (apreciación de fealdad) aun cuando en ambos casos hay un juicio involucrado.
Otro hallazgo interesante de su estudio es que otra activación interesante ocurrió en el núcleo caudado que es un área del cerebro donde se ha encontrado actividad en otros estudios sobre belleza y amor romántico. En otras palabras, la extendida yuxtaposición del amor y la belleza en la literatura universal podría también tener un correlato neural.
Los resultados del estudio aquí descrito implican que la experiencia subjetiva de la belleza y la fealdad puede ser objetivamente establecida y medida. Sin embargo, es necesario tener en mente que la activación de la corteza orbito-frontal ha sido encontrada durante experimentos donde se han estudiado otro tipo de recompensas. Por lo tanto, son necesarios más estudios en este sentido para poder definir con más precisión la extensión y los contextos relacionados con la activación de dicha área. También, sería bonito contar con más estudios donde se investiguen otras experiencias catalogadas como “hermosas” además de los estímulos visuales y musicales.
Para aquellos que se quedaron pensando en las obras de arte, es pertinente comentarles que a pesar de que buena parte del ejercicio filosófico en estos temas se ha volcado en la relación entre belleza y arte, los resultados del estudio de Tomohiro y Semir son indiferentes al hecho de que un estímulo pueda ser considerado como una obra de arte o no. Su estudio se enfocó principalmente a la experiencia del receptor de dichos estímulos.
Artículo de referencia:

ResearchBlogging.org
Ishizu, T., & Zeki, S. (2011). Toward A Brain-Based Theory of Beauty PLoS ONE, 6 (7) DOI: 10.1371/journal.pone.0021852

martes, 6 de abril de 2010

Espejito, espejito ¿por qué tengo esta terrible imperfección?

La mayoría de nosotros hemos sufrido en algún momento de nuestras vidas, principalmente en la adolescencia, el horror de mirarnos al espejo y descubrir un grano que desafía todas las reglas de la proporción estética. Pero esto generalmente es pasajero y pronto nos olvidamos de las imperfecciones que descubrimos. Sin embargo, para algunas personas no es así y llegan a obsesionarse con defectos que creen que las hacen parecer desfiguradas, causándoles una considerable preocupación y ansiedad.


Tal es el caso de las personas que padecen trastorno dismórfico corporal (TDC), también llamado dismorfofobia, quienes se encuentran constantemente preocupadas por su apariencia y tienden a obsesionarse por algún defecto físico, en ocasiones solo evidente para ellas. En una buena parte de los casos, el foco de atención es la cara y partes de la misma como arrugas, dientes, cicatrices, simetría facial, vello facial, labios y nariz; aunque también pueden obsesionarse con otras partes del cuerpo como los genitales, el pecho y las nalgas.

Este constante malestar respecto a su apariencia llega a afectar varios aspectos de su vida, tanto social como laboral, a tal grado que el TDC suele asociarse a estados de depresión y conductas suicidas. Se calcula que del 1 al 2% de la población padece este trastorno.

Se ha creído durante algún tiempo que el TDC forma parte del espectro de trastornos obsesivo compulsivos, aunque también hay evidencia que señala que puede estar relacionado con otro tipo de trastornos como la fobia social y los desórdenes alimenticios.

Recientemente un equipo de la Universidad de California, liderado por Jamie D. Feusner, utilizando imágenes por resonancia magnética (IRM) encontró que los pacientes con TDC procesan las imágenes de forma diferente que las personas sin dicho trastorno. Por ejemplo, suelen enfocarse en los detalles más que en la imagen completa y sus cerebros se “activan” en regiones diferentes. Además, la actividad de estas regiones se relaciona positivamente con la severidad de los síntomas que presentan. Es decir, mientras más severos los síntomas del TDC, mayor es la actividad de las zonas cerebrales relacionadas con el procesamiento visual.

Jamie y su equipo trabajaron con voluntarios divididos en dos grupos: uno de personas con TDC y otro de personas sin dicho trastorno (grupo control), después tomaron imágenes (IRM) de la actividad de su cerebro mientras les mostraban imágenes faciales de sí mismos y de otra persona, ambos en tres formatos diferentes. El primer formato correspondía a una imagen normal de sí mismos, en otro la misma foto enfatizaba los detalles (frecuencia espacial alta) y en otro la imagen aparecía borrosa y se habían eliminado detalles como pecas, líneas y cicatrices (frecuencia espacial baja).

Ejemplo de estímulo de frecuencia espacial alta (HSF), frecuencia espacial baja (LSF) y frecuencia espacial normal (NSF). Imagen tomada de Feusner et al. 2010 (ver referencia abajo)

Mientras veían dichas imágenes, la actividad del cerebro era monitoreada y una vez que ya habían visto las imágenes, los voluntarios tenían que calificar el nivel de “aversión” que experimentaban con cada una de ellas. Esto último permitió tener una idea de la respuesta emocional que provocaban las imágenes. Al respecto, el Dr. Feusner y su equipo encontraron que se activaban regiones del cerebro relacionadas con el procesamiento holístico de información, e interesantemente, no con regiones asociadas con las reacciones emocionales.

Otro resultado interesante fue que la actividad en algunas regiones resultó similar a aquella observada en pacientes con desorden obsesivo compulsivo. Lo anterior sugiere entonces que la percepción distorsionada de ciertas imágenes puede provocar aversión y después desencadenar patrones conductuales obsesivo compulsivos. Sin embargo, esto último aun tiene que ser puesto a prueba. En cualquier caso, los hallazgos constituyen evidencia preliminar de una posible semejanza neuroanatómica entre pacientes con TDC y trastorno obsesivo compulsivo.

Este estudio es único en su tipo porque examina la neurobiología del procesamiento visual en pacientes con trastorno dismórfico corporal y proporciona información que seguramente permitirá desarrollar nuevas terapias.

Artículo de referencia:
ResearchBlogging.org
Feusner, J., Moody, T., Hembacher, E., Townsend, J., McKinley, M., Moller, H., & Bookheimer, S. (2010). Abnormalities of Visual Processing and Frontostriatal Systems in Body Dysmorphic Disorder Archives of General Psychiatry, 67 (2), 197-205 DOI: 10.1001/archgenpsychiatry.2009.190