Enfríe un vaso llénelo con hielo agregue ginebra al gusto (escuche como el hielo truena al verter el licor) agregue la misma cantidad de Verde de Xico llene el vaso con agua quina exprima unas gotas de limón agregue una rebanada o una espiral de limón. Fotografía de Guillermina. | Chill the glass fill it with ice pour gin (listen how ice crackles when the liquor hits it) pour same amount of Verde de Xico fill glass with tonic water squeeze some lemon drops add a lemon wedge or a lemon twist. Photograph by Guillermina. |
lunes, 30 de enero de 2012
Xin'n'tonic / Gin'n'tonic with a twist
miércoles, 25 de enero de 2012
Tu y tus parásitos, por siempre
No ha habido un solo momento durante la evolución humana en que no hayamos estado en contacto con formas de vida infecciosas: virus, bacterias, hongos, protozoos, artrópodos y helmintos. Los cambios en los estilos de vida han propiciado cambios dramáticos en nuestra relación con los parásitos. Por ejemplo, la revolución del neolítico, cuando los seres humanos cambiaron su vida nómada para asentarse y dedicarse a la agricultura, implicó también una revolución parasitaria. De forma casi paralela a la primera cosecha vegetal, los seres humanos ancestrales hicieron su primera generosa cosecha de gripa, varicela, paperas y sarampión. |
Y ni que decir durante la primera domesticación animal: todo estuvo listo para que el intercambio de parásitos entre seres humanos y animales domésticos tuvieran las condiciones ideales para afianzarse.
Cada vez que hay un cambio ambiental o de estilo de vida, la comunidad de parásitos que nos rodea y con los que interactuamos día con día también cambia; de tal suerte que nuestra conducta, nuestra forma de vida e incluso varios aspectos de nuestra diversidad cultural se relacionan estrechamente y están limitados por esos parásitos nuestros. La influencia de los parásitos en nuestras vidas y evolución es, en muchos casos, sorprendente.
Algunos estudios sugieren que la variación en fertilidad entre diferentes poblaciones humanas está relacionada con la diversidad de la comunidad de patógenos. De hecho, mientras mayor sea la diversidad de enfermedades infecciosas mayor es la fertilidad. Por lo tanto, también esperaríamos que mientras más exitosa sea la lucha contra las enfermedades parasitarias alrededor del mundo menor será la fertilidad. Ya lo veremos.
A lo largo de las últimas décadas se ha descubierto que varias enfermedades “no parasitarias” pueden, en su mayor parte, deberse a parásitos. Tal es el caso del hepatocarcinoma, el cáncer de estómago y el cáncer cérvico uterino. Hay quienes sugieren que –incluso- para el año 2050 los científicos habrán demostrado que la mayoría de los cánceres tienen un origen infeccioso.
El espectro de enfermedades mentales también incluye dentro de sus agentes causantes a los parásitos: ya sean bacterias, virus y otros parásitos presentes en nuestro cuerpo desde el útero, durante la niñez e incluso en la edad adulta. Por ejemplo, la exposición pre o post natal al herpes simplex 2 se ha relacionado con casos de psicosis y esquizofrenia. La infección del protozoario Toxoplasma gondii se ha relacionado con casos de demencia, desordenes obsesivo-compulsivos, bipolaridad, hiperactividad, epilepsia, depresión y también esquizofrenia. Chulada de imagen de Toxoplasma gondii tomada de Wikimedia Commons. |
Muy interesante en el caso del Toxoplasma es el hecho de que puede generar cambios en la personalidad, por lo que si consideramos que la prevalencia de dicho parásito varía enormemente de un país a otro (de 0 a 100%) podría ser el caso de que la conducta de naciones enteras pudiera estar influenciada por un parásito. Además, el protozoario en cuestión afecta de forma diferente a hombres y mujeres, lo que a la larga podría modificar los roles de géneros y, por lo tanto, algunas prácticas culturales.
Entre los biólogos conductuales, sin embargo, es mejor conocido el caso de la influencia del nivel de parásitos en la asimetría fluctuante de varias especies, incluidos los humanos. Se ha visto que la simetría perfecta entre el lado izquierdo y derecho de nuestro cuerpo puede verse modificada por la influencia de varios factores, incluyendo la carga de parásitos. El nivel de simetría puede influir conductas como la elección de pareja; de hecho, se ha visto que a ellas les gustan simétricos.
La lista de la influencia de los parásitos en nuestras vidas sigue: influyen en la cantidad de horas de sueño (dormimos más para recuperarnos de una enfermedad), el olor de nuestro cuerpo (olemos diferente dependiendo de la enfermedad), la forma y la prevalencia en el uso de especies de cocina (utilizamos más especies al cocinar carnes, las cuales se descomponen más fácilmente que otros alimentos), las parejas que elegimos (ya sea por su simetría o por los cambios que generan en nuestra conducta), el nivel de nausea y vómito durante el embarazo (al parecer las mujeres embarazadas reaccionan con más fuerza ante fuentes potenciales de patógenos).Cordero crudo con ralladura de gengibre y romero. Imagen de Salimfadhley tomada de Wikimedia Commons. |
Además, los brotes infecciosos pueden generar conductas de rechazo, aislamiento o dispersión limitada entre grupos humanos, por lo que es posible que a lo largo de la historia nuestra carga parasitaria haya influido de forma importante en la emergencia de religiones e idiomas nuevos.
En resumen, no hemos estado solos a lo largo de nuestra historia evolutiva. Nuestros parásitos han estado y estarán siempre ahí, influyendo y -de cierta forma- manipulando diversos aspectos de nuestras vidas. La relación puede ser tan estrecha que si sientes que alguien habla dentro de tu mente ¡puede ser por Toxoplasma gondii!
Artículo de referencia:
Thomas, F., Daoust, S., & Raymond, M. (2012). Can we understand modern humans without considering pathogens? Evolutionary Applications DOI: 10.1111/j.1752-4571.2011.00231.x
sábado, 21 de enero de 2012
Lomo en salsa de uvas al brandy
Selle los trozos de carne friéndolos con aceite y sal. Una vez dorados regréselos al sartén, añada el brandy y préndale fuego. |
Aparte licue las uvas con la menor cantidad de agua posible.
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Puede servir con unos deliciosos ravioles. |
Fotografias de Guillermina.
domingo, 15 de enero de 2012
Una propuesta para reformar el modelo de publicación científica
Hoy en día, las publicaciones científicas en revistas especializadas son el núcleo de la discusión de los avances científicos pues es a través de dicha literatura que las novedades científicas son comunicadas al resto de la comunidad. La publicación en dichas revistas involucra un –generalmente largo- proceso de revisión y el envío de artículos a varias revistas hasta lograr su aceptación en alguna de ellas. Sin embargo, en muchos casos dicho proceso parece más tortuoso de lo que debería, ocasionando frustración e incertidumbre entre los autores de las publicaciones. Quien lo ha vivido, sabe bien que el proceso de publicación es uno de los temas favoritos en los pasillos de las instituciones de investigación. Dwight J Kravitz y Chris I Baker del National Institute of Mental Health en Bethesda, EU, decidieron llevar sus ideas más allá del pasillo, organizarlas y publicarlas. Su propuesta fue publicada recientemente en la revista Frontiers in computacional neuroscience. En su artículo, los autores primero describen el esquema actual de publicación en un diagrama simple pero que –aun así- subraya la pesadilla que puede ser publicar un artículo científico y lo cercano de dicho proceso a las 9 dimensiones del Mictlán. En el sistema actual un artículo puede ser revisado varias veces por los editores y revisores de una revista, ser rechazado y después ser enviado a otra u otras revistas. Dicho proceso está limitado de acuerdo con los autores “por el número disponible de revistas y la dignidad de los autores”:
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Kravitz, D., & Baker, C. (2011). Toward a New Model of Scientific Publishing: Discussion and a Proposal Frontiers in Computational Neuroscience, 5 DOI: 10.3389/fncom.2011.00055
Es posible ver otra reseña respecto a este artículo aquí.
jueves, 5 de enero de 2012
Si te ama, bostezará contigo
Las relaciones sociales complejas, como las que tenemos los humanos, requieren de varios ingredientes fundamentales. Uno de ellos es la empatía, que es la habilidad de entender y compartir las emociones de otros. Algunos estudios sugieren que el contagio de bostezos requiere de cierto grado de empatía. Sin embargo, no existía -hasta hace poco- evidencia conductual que confirmara la relación directa entre el contagio de bostezos y la empatía.
Existían varios estudios que sugerían lo anterior, por ejemplo, los seres humanos empezamos a bostezar en respuesta a los bostezos de otros hasta los 4 o 5 años de edad, que es la edad en la que ya se ha desarrollado la habilidad de entender las emociones de otros. Por otro lado, las personas con autismo –quienes son menos proclives a la empatía- son también menos susceptibles a bostezar por contagio.
Hombres bostezando de Luigi i Montejano. Imagen tomada de Wikimedia Commons. |
Este tipo de contagios de conductas ocurren cuando el observador presencia una conducta que activa en su cerebro representaciones similares a las de la conducta observada. Es decir, se activa un mecanismo de percepción-acción en el que la actividad de las llamadas neuronas espejo parece jugar un papel importante. De ver, se antoja.
El mecanismo de contagio parece ser muy sensible. El simple hecho de ver un bostezo activa la necesidad de bostezar y en otros estudios con personas invidentes el sonido de un bostezo parece ser suficiente para disparar otro bostezo. Incluso leer acerca de bostezos puede desencadenar la necesidad de bostezar, por lo que si el lector está bostezando ahora mismo podría deberse a eso y no (necesariamente) a que esta entrada esté aburridísima.
Un par de investigadores italianos, Ivan Norscia y Elisabetta Palagi, observaron los patrones de bostezos en humanos durante un año y aunque dicha observación los hizo bostezar mucho también proporcionó valiosa información sobre los patrones de contagio de bostezos en humanos en su ambiente natural (en el trabajo, en restaurants, en salas de espera, en reuniones, etc.).
Ivan y Elisabetta encontraron que los bostezos son más contagiosos mientras más cercano sea el individuo al bostezador original. Además, dichos lazos emocionales también predicen la frecuencia de los bostezos y el tiempo de respuesta. Tal y como se muestra en la figura siguiente, el “riesgo de contagio” fue mayor entre aquellos que compartían una relación social cercana:La cercanía emocional fue la única variable que predijo el contagio de bostezo. Es decir, ni el país de origen, el género ni las características del bostezo predijeron el contagio.
Algunos estudios sugieren que existen diferencias en los niveles de empatía entre ambos géneros, donde las mujeres parecen ser capaces de mayores niveles de empatía, por lo que es notorio que el estudio de Ivan y Elisabetta no apoye dichos hallazgos. Sin embargo, según los autores, para indagar al respecto es necesario hacer otro tipo de análisis y comparaciones. En particular, sería necesario comparar díadas donde la cercanía social fuera semejante dentro de cada categoría de sexo. De acuerdo con los resultados de Ivan y Elisabetta parece existir una fuerte relación entre el contagio de bostezo y la empatía por varias razones: 1) porque el contagio fue mayor entre aquellos que tenían una relación cercana, y porque además existe un gradiente de contagio entre los diferentes niveles de cercanía, y 2) porque lo anterior aplica tanto para la ocurrencia y la frecuencia de los bostezos como para el tiempo que ocurre entre el bostezo original y el bostezo por contagio. Según los autores, cuando uno ve a alguien bostezar se activa un complejo circuito neural que involucra regiones del cerebro relacionadas con la imitación motora, la conducta social y la empatía, que a su vez involucran regiones sensorimotoras y al sistema límbico y para-límbico. Debido a lo anterior, las regiones ligadas al lado emocional podrían verse sobre-estimuladas en aquellos individuos que ven bostezar a alguien cercano. Desde el punto de vista evolutivo, es interesante que en otros primates sea posible ver “replicas” de bostezos, lo cual no es necesariamente equivalente al contagio de bostezos entre humanos puesto que el último involucraría un entendimiento del estado emocional del otro. Entonces, es probable que el replicar bostezos de otros sea más antiguo (evolutivamente hablando) que la empatía. Cabe recordar que en ninguno de nuestros parientes cercanos se ha probado –de forma irrefutable- la capacidad de empatía; pero a pesar de ello podríamos decir que existe una especie de unión o continuidad entre las habilidades cognitivas de los primates humanos y los no-humanos, a las que tal vez podemos asomarnos cuando se estudian conductas tan aparentemente simples, como los bostezos. |
Artículo de referencia:
Norscia, I., & Palagi, E. (2011). Yawn Contagion and Empathy in Homo sapiens PLoS ONE, 6 (12) DOI: 10.1371/journal.pone.0028472
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