Ciencia con espiral de limón

Science with a (lemon) twist
BLOG EN RECESO TEMPORAL
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martes, 5 de junio de 2012

Cuando el rango alto entra por la puerta, la enfermedad sale por la ventana

La forma en la que el estatus social afecta la salud de los miembros de un grupo ha llamado la atención de los investigadores en las últimas décadas. En humanos, por ejemplo, el nivel socioeconómico predice la probabilidad de contraer enfermedades y la longevidad, aun considerando el nivel educativo y el acceso a servicios de salud.
Es bien sabido que los miembros en los niveles más bajos de un grupo social sufren de estrés crónico y que este, a la larga, puede ocasionar problemas metabólicos, cardiovasculares y afectar la respuesta del sistema inmune.
Sin embargo, en los machos de varias especies de vertebrados en los que su éxito reproductivo depende de su rango social, el esfuerzo de obtener y mantener dicho rango aunado a los costos energéticos de la reproducción per se pueden comprometer la eficiencia de su respuesta inmune. Además, en varias especies se ha encontrado que la testosterona y los glucocorticoides pueden inhibir la función inmune. Lo curioso es que los machos dominantes también tienen niveles altos de testosterona, y buena salud.
La relación entre las hormonas, el estrés y el sistema inmune es compleja y tal vez eso haya ocasionado que se encuentren ciertos patrones en algunas especies y otros, completamente diferentes, en otras.
Hace poco, un grupo de investigadores analizaron datos recopilados en Amboseli a lo largo de 27 años para ver cuál era la relación entre estatus, enfermedad y rango social en babuinos machos. Para ello evaluaron la relación entre el tiempo que les tomaba a los machos recuperarse de una lesión o una enfermedad y su rango social, así como con el tamaño del grupo social, estación, edad y régimen alimentario.


Babuinos machos. Fotografía de Guillermina Echeverría.
Según sus resultados, el estrés provocado por la agitada vida de los machos dominantes no pareció inhibir la respuesta de su sistema inmune: era menos probable que los machos dominantes se enfermaran y cuando se enfermaron se recuperaron hasta tres veces más rápido que los machos de bajo rango.
Los resultados son un poco sorprendentes considerando que, en la misma población, se ha encontrado que los machos dominantes pueden tener un mayor número de parásitos (nemátodos) que los subordinados y a que los machos alfa tienen niveles elevados de glucocorticoides.
Es posible que los glucocorticoides no inhiban el sistema inmune de los machos alfa debido a que los factores de estrés en estos (estrés energético) son diferentes a los de los subordinados (estrés social) y ocurren en diferentes periodos de tiempo. Además, los machos alfa reciben apoyo social con mayor frecuencia que los subordinados y -muy importante- acicalamiento, gracias al cual podrían producir niveles altos de (la gloriosa) oxitocina, hormona que a su vez podría mitigar los efectos negativos de los glucocorticoides.
Por si lo anterior no fuera poco, los machos dominantes forman relaciones cercanas con las hembras del grupo, lo cual, en sí mismo podría ser un factor determinante en la disminución de los efectos negativos del estrés.
Es importante recordar que, como en otros estudios donde se encuentran relaciones entre factores, no es posible atribuir causalidad. Es decir, el hecho de que exista una relación entre variables no necesariamente implica que una sea la consecuencia de la otra. Además, es difícil decir qué es consecuencia de qué: si la buena salud del rango alto o viceversa. En consecuencia, el estudio aquí descrito da importantes pistas para entender un fenómeno, pero aun son necesarios estudios más detallados y puntuales al respecto.
Artículo de referencia:

ResearchBlogging.org Archie, E., Altmann, J., & Alberts, S. (2012). Social status predicts wound healing in wild baboons Proceedings of the National Academy of Sciences DOI: 10.1073/pnas.1206391109

miércoles, 15 de febrero de 2012

En inglés la vida es más sabrosa

El lenguaje es un instrumento de comunicación social que ha evolucionado de forma paralela a otros rasgos que nos hacen únicos. Es muy probable que mientras el lenguaje se modificaba poco a poco hasta su estructura actual, también evolucionaba nuestra tendencia a cooperar y nuestra capacidad de atribuir estados mentales a otros humanos.
De acuerdo con lo anterior, algunos investigadores se han preguntado hasta qué punto el lenguaje refleja la tendencia social que nos caracteriza, ya sea por la frecuencia de uso de algunas palabras o por el carácter positivo de las mismas. Los estudios llevados a cabo al respecto tienden a contradecirse entre sí: algunos muestran una tendencia al uso de palabras positivas y otros sugieren que la mayoría de las palabras que usamos tienen una connotación negativa.
En un estudio reciente se analizó la frecuencia de uso de palabras en muestras de tamaños comparables provenientes de Twitter, el New York Times, el Proyecto de Libros de Google y una serie de letras de canciones. Después, un grupo de voluntarios asignaron a las cinco mil palabras más frecuentes de cada fuente una calificación de acuerdo con el grado de “felicidad” que cada palabra les inspiraba (nada feliz, neutro y feliz). 
Imágenes tomadas de Wikimedia Commons. Varios autores (1, 2, 3 y 4).
Según sus resultados las palabras positivas fueron más frecuentes en las cuatro fuentes consideradas y, a pesar de que algunas palabras frecuentes eran comunes a todas ellas, algunas eran exclusivas de una de las fuentes (por ejemplo, “arcoiris” y “besos” para las letras de canciones).
Como era de esperarse, al analizar el nivel de “felicidad” algunas fuentes eran digamos “más estables emocionalmente”; tal fue el caso de las palabras frecuentes provenientes del New York Times y del Proyecto de Libros de Google. (Lo cual demuestra que no por nada tienen un cuerpo editorial).
Por otro lado, el hallazgo de una tendencia optimista en el uso de palabras en el idioma inglés no contradice la sugerencia de que las emociones negativas pueden no reflejarse en un estudio que considere la frecuencia de palabras, debido a que dichas emociones podrían fomentar el uso de palabras aisladas más potentes y variadas. En otras palabras, las emociones negativas podrían volvernos más creativos en el uso del lenguaje. Comprobar esto, sin embargo, requeriría de un estudio adicional.
De acuerdo con el sesgo optimista encontrado, los autores sugieren que el lenguaje podría caracterizarse, desde un punto universal, por su aspecto prosocial. En aras de la cooperación, el lenguaje podría tener una carga preferentemente amable u optimista. Esto puede verificarse llevando a cabo estudios similares en otros idiomas y dialectos donde, como en el estudio aquí comentado, se consideren diversas fuentes. En resumen, la sugerencia de que solo en inglés la vida sea más sabrosa, todavía está por verse.
Artículo de referencia:

ResearchBlogging.org
Kloumann, I., Danforth, C., Harris, K., Bliss, C., & Dodds, P. (2012). Positivity of the English Language PLoS ONE, 7 (1) DOI: 10.1371/journal.pone.0029484

lunes, 5 de diciembre de 2011

Las vísceras y el costo de un cerebro grande


El cerebro es un órgano que consume bastante energía, por lo que aquellas especies o grupos animales que han evolucionado un cerebro grande han tenido que pagar un precio energético. Dado que los humanos tenemos cerebros tres veces más grandes que nuestros parientes genéticos más cercanos (los chimpancés) mucho se ha discutido acerca de la forma en la que los humanos han costeado el tener un cerebro grande; principalmente en el sentido de que no es posible incrementar los costos energéticos de un órgano sin que se disminuyan los de otro órgano.
Según la hipótesis del tejido costoso las especies del género Homo, a lo largo de su evolución, comprometieron el tamaño de su aparato digestivo para costear el aumento en el tamaño de sus cerebros. Es decir, si mediante otros procesos las especies de dicho grupo lograron reducir los costos energéticos de la digestión esto pudo permitirles evolucionar un cerebro grande. Como ya hemos comentado en este blog, tener una dieta más rica en carne y alimentos cocinados pudo haber sido el cambio que permitió a los homínidos reducir los costos digestivos.
Sin embargo, a pesar de ser una hipótesis bastante aceptada en el medio antropológico, hasta hace poco no se había puesto a prueba dicha hipótesis. Para remediar la existencia de dicho hueco, Ana Navarrete llevó a cabo su tesis doctoral alrededor de dicho tema. Para ello, analizó la relación entre el tamaño de varias vísceras (corazón, pulmones, estómago, intestinos, riñones e hígado) con el del cerebro en una muestra de 100 especies de mamíferos, incluyendo 23 especies de primates.
En su análisis, ella y otros dos colaboradores, eliminaron los posibles efectos del tamaño de cuerpo; pero dado que el tamaño del cuerpo puede verse afectado por la cantidad de tejido adiposo utilizaron la masa corporal sin grasa para su análisis.
El cerebro humano. Imagen tomada de Wikimedia Commons.
 
Contrario a lo esperado, Ana y su equipo no encontraron una correlación negativa entre el tamaño del cerebro y el del tracto digestivo, y tampoco entre el cerebro y ningún otro órgano. Sin embargo, un resultado merece mención: si hubo una correlación negativa entre el tamaño del cerebro y el tamaño de las reservas de grasa en los mamíferos considerados, con excepción de los primates.
Esto es interesante porque además de las reservas de tejido adiposo, se ha propuesto que los cerebros grandes pueden servir como “amortiguadores” en tiempos de estrés alimenticio. De alguna manera, los cerebros grandes podrían ser una estrategia complementaria a las reservas de tejido adiposo para enfrentar los tiempos de vacas flacas.
Por otro lado, y como el lector suspicaz ya habrá pensado, hay otro camino obvio para costear los cerebros grandes: comer más, y eso parece ser lo que ocurrió en la historia evolutiva humana. Los requerimientos energéticos parecen haber sido satisfechos mediante un incremento en el consumo de carne y alimentos cocinados.
Pero también, es posible que otras conductas hayan hecho que la energía obtenida en la forma de chuletas de bisonte haya sido mejor aprovechada. Los autores apoyan la idea de que el compartir alimentos y cooperar en la crianza pudieron haber contribuido a disminuir el tiempo y la energía empleada en dichas actividades, permitiendo entonces que las condiciones para un incremento del tamaño cerebral fueran más propicias.
Lo anterior, aunado al bipedalismo, que se ha propuesto como una forma energéticamente más eficiente de locomoción comparado con la locomoción cuadrúpeda y el andar meceándose por las ramas, pudo también haber contribuido a crear las condiciones propicias para la evolución de los grandes cerebros presentes en el genero Homo.
Entonces, parece que no fue una reducción en el tamaño del tracto digestivo lo que contribuyó a un incremento en el tamaño cerebral, sino las mejoras en la dieta, la cooperación en la crianza y los cambios en la locomoción.
Artículo de referencia:

ResearchBlogging.org
Navarrete, A., van Schaik, C., & Isler, K. (2011). Energetics and the evolution of human brain size Nature, 480 (7375), 91-93 DOI: 10.1038/nature10629

viernes, 25 de noviembre de 2011

La ciencia detrás de “Crimen y castigo”


Crimen y castigo”, de Fiodor Dostoievski, es una de las novelas más aclamadas en la historia de la literatura universal. Algunos autores sugieren que dicha obra ha servido de inspiración en la creación de otras obras literarias, algunas igualmente famosas. Es posible que parte de la razón por la que algunas obras literarias nos llamen más la atención sea porque lidian –magistralmente- con dilemas sociales fundamentales.
Los conflictos de interés dentro de una comunidad son a menudo debidos al nivel de cooperación de los miembros de dicha comunidad; en algunos casos la falta de cooperación puede desembocar en un castigo ya sea en mayor o en menor medida. En consecuencia, los individuos podrían verse involucrados en una dinámica en el que uno busca información respecto al nivel de cooperación de otro mientras que este otro esconde dicha información.
El mejor medio para obtener información respecto a la conducta de alguien es, por supuesto, la observación directa. El chisme puede funcionar bastante bien, pero no hay como observar al egoísta con las manos en la masa. De hecho, en estudios recientes sobre cooperación en humanos se han incrementado los análisis en los que se toma en cuenta la interacción entre las variables “observar” y “ser observado”.
Recientemente, Bettina Rockenbach y Manfred Milinski del Instituto Max Planck en Alemania, montaron un experimento sobre cooperación en el que tomaron en cuenta varios ingredientes presentes en las interacciones sociales reales.
Para su estudio, utilizaron un “juego de bienes públicos” (public goods game) que es un experimento muy socorrido en estudios económicos. En dicho juego los participantes tienen una cantidad inicial de fichas (que equivalen a recursos) y en cada ronda deciden -de forma generalmente secreta- con cuántas fichas contribuir a un concentrado grupal de fichas. Este concentrado puede después ser multiplicado y luego repartido de forma equitativa entre los miembros del grupo. En una variante del juego los que contribuyen poco al bien común pueden ser “castigados”, por ejemplo, dándoles menos que al resto en la repartición final de bienes.
Jugadores de cartas. Pintura original de Theodoor Rombouts. Imagen tomada de Wikimedia Commons.
En el experimento de Bettina y Manfred los participantes podían tener dos roles: el de jugador y el de observador. En la primera ronda los observadores analizaban las estrategias de los jugadores y, en la segunda ronda, se integraban como jugadores después de haber escogido a los jugadores. Para dicha decisión tomaban en cuenta lo observado durante la primera ronda.
Los jugadores podían “pagar” para ocultar su contribución de los observadores, así como los castigos que sugerían para otros individuos. Los observadores también podían pagar por ocultar su papel de observadores. Dado que el objetivo del juego era maximizar el beneficio final, los observadores deberían estar interesados en seleccionar a aquellos jugadores que contribuyeran con más fichas al concentrado común.
Hubo una tendencia a que los jugadores ocultaran los castigos severos y sus contribuciones cuando eran bajas, pero exhibieran sus contribuciones altas. Los observadores tendieron a seleccionar a los jugadores que hicieron contribuciones altas, pero también a pagar por no ser vistos cuando observaban las contribuciones de dichos jugadores. Es decir, los observadores dirigían sus observaciones ocultas a los contribuidores generosos; como para cerciorarse de la frecuencia de sus contribuciones altas.
Como era de esperarse, la probabilidad de que un observador escogiera a un jugador dependió de la contribución de éste último al concentrado común. También, los castigos fueron dirigidos a aquellos jugadores que se caracterizaron por su tacañería. En otras palabras, los castigos fueron usados principalmente para “disciplinar” a los egoístas. Es interesante, sin embargo, que el uso de castigos no influyó en la selección de jugadores. Es decir, las actividades relacionadas con la aplicación de castigos no fueron decisivas para ser seleccionados en rondas posteriores.
Los resultados que desconcertaron a los autores fueron precisamente estos últimos: los relacionados con el castigo, ya que mientras los jugadores prefirieron ocultar cuando castigaban a otros jugadores de forma severa, los observadores parecieron no tomar en cuenta el nivel de los castigos en la selección de compañeros de juego.
En experimentos semejantes los castigadores podían incluso adquirir una buena reputación, lo que podía deberse a que los castigos, y/o la exhortación a cooperar lograda mediante los mismos, beneficiaban al bien común. Por lo que el hecho de que los castigadores fueran ignorados en el formato del estudio de Bettina y Manfred sugiere que los castigos y la reputación de los castigadores pueden ser percibidos de forma diferente dependiendo de las diferencias –incluso sutiles- entre los contextos sociales considerados.
No debemos olvidar que ya en “Crimen y castigo” Dostoievski, a través de sus personajes y la historia, hacía notar las diferencias en la percepción social de aquellos que merecían un castigo. Desde el punto de vista científico, estas diferencias de percepción señalan una dinámica bastante sofisticada en materia de cooperación y castigo.
Artículo de referencia:
ResearchBlogging.org
Rockenbach, B., & Milinski, M. (2011). To qualify as a social partner, humans hide severe punishment, although their observed cooperativeness is decisive Proceedings of the National Academy of Sciences, 108 (45), 18307-18312 DOI: 10.1073/pnas.1108996108

miércoles, 5 de octubre de 2011

La risa funciona como analgésico y podría fomentar la cooperación


A pesar de que la risa es un fenómeno universal, su función y significado evolutivo ha sido poco estudiado y, por lo tanto, sigue siendo ambiguo. Se ha sugerido que la risa funciona como señal social ya que a través de ella demostramos interés hacia quien la dirigimos; una explicación de esto podría ser que la risa genera una influencia positiva y, en consecuencia, facilita la interacción. Otra posibilidad es que la risa juega un papel más general en la cohesión de los grupos sociales y que, de alguna manera, esto promueve la pro-socialidad y la cooperación en grupos humanos.
Pero cómo exactamente es que la risa produce una influencia positiva. Bueno, se ha visto que los pacientes a los que se les permite ver videos de comedias necesitan menos analgésicos. Es decir, la risa podría tener propiedades analgésicas. Sin embargo, en los estudios que sugieren lo anterior no se midió la risa adecuadamente. Según indican Robin Dunbar y otros nueve colaboradores en un estudio reciente, el efecto analgésico podríamos debérselo a la producción de endorfinas que la risa genera. 
 
Las endorfinas son péptidos opioides endógenos que además de funcionar como neurotransmisores tienen un papel importante en la regulación del dolor (en particular la β-endorfina). Sin embargo, comprobar si la risa efectivamente nos hace producir endorfinas es complicado. El problema es que este tipo de sustancias no abandonan el sistema nervioso central, por lo que si quisiéramos tomar una muestrita sería necesario introducir una jeringa alrededor de la columna vertebral del risueño voluntario. En efecto, no sería nada agradable.
Así que como Robin y su equipo querían saber si al reírnos liberamos endorfinas le dieron la vuelta al problema y en lugar de usar jeringas midieron la tolerancia al dolor en un grupo de voluntarios. La tolerancia al dolor fue medida en voluntarios en un laboratorio, quienes vieron videos, y voluntarios en una situación “natural”, quienes asistieron a un festival teatral en Edinburgo. En el laboratorio los voluntarios fueron expuestos a videos cómicos o neutrales y en el festival teatral los voluntarios habían visto ya sea una función cómica o una de drama.
Tanto en el laboratorio como en el festival teatral, los voluntarios hicieron una prueba de tolerancia al dolor antes y después de ver los videos o de las funciones teatrales. En ambos casos, aquellos sujetos que habían reído tuvieron una mayor tolerancia al dolor.
Sin embargo, lo que a Robin y su equipo más le interesa no es precisamente si la risa puede funcionar como un antídoto contra el dolor, sino el papel que la risa ha jugado en la cohesión de grupos sociales y la cooperación. En este sentido es importante distinguir que hay dos tipos de risas: la risa Duchenne y la no Duchenne.
La risa Duchenne es involuntaria, emocional, no forzada e involucra la contracción involuntaria del músculo orbicular de los ojos; en otras palabras es la risa que nos hace llorar y con la que nos duele la panza si reímos demasiado. La risa no Duchenne por otro lado, depende mas del contexto y no involucra emociones ni la contracción de los famosos músculos oculares.
De ambos tipos de risas, parece que la buena es la tipo Duchenne puesto que es socialmente contagiosa y a la que probablemente está restringida la liberación de endorfinas. En ese sentido es interesante notar que otras actividades asociadas con la liberación de endorfinas son el ejercicio físico (como correr y remar) y la presión en la superficie del cuerpo (como el acicalamiento y los masajes).
Por lo tanto, el mecanismo físico que dispara la liberación de endorfinas cuando nos reímos a carcajadas podría ser, precisamente, el trabajo muscular involucrado. En el proceso de la risotada también están involucradas series prolongadas de exhalaciones lo que, a su vez, podría contribuir al agotamiento que experimentamos cuando hemos reído mucho.
Además de su papel facilitador en la conversación, la risa también podría jugar un papel importante en la vinculación afectiva. La risa, tanto en primates como en humanos, prolonga la duración del juego, lo cual podría deberse a la sensación de bienestar que las endorfinas provocan.
Otro aspecto interesante de la risa es que, dentro de un grupo social, puede ocurrir de forma sincronizada y al igual que otras actividades que involucran sincronización (como el remo), contribuye a una disminución de los umbrales de dolor. Es decir, la sincronización podría ser también una pieza clave en la vinculación afectiva y la cohesión social. De hecho, algunos estudios sugieren que la sincronización conductual, en bailes por ejemplo, es suficiente para motivar la cooperación. Lo que sigue entonces, según menciona el equipo de Robin, es averiguar si la risa sincronizada y en grupo efectivamente promueve la cooperación y el altruismo.
Además de todas estas bondades sociales la risa parece producir estados eufóricos como aquellos experimentados en la producción grupal de música, la danza y algunos rituales religiosos; contextos que también parecen contribuir a la producción de endorfinas.
La risa, al igual que otras actividades mencionadas más arriba, parece explotar los mismos mecanismos psicofarmacológicos que el acicalamiento social en los primates no humanos; que también ha sido considerado como un importante mecanismo de cohesión social en estos mamíferos. Por lo que la risa, podría sumarse a otras conductas humanas novedosas que, a lo largo de la evolución humana, han funcionado como “acicalamientos a distancia” contribuyendo a la formación y cohesión de grupos sociales numerosos, según concluye el estudio de Robin y su equipo.
Artículo de referencia:
ResearchBlogging.org
Dunbar, R., Baron, R., Frangou, A., Pearce, E., van Leeuwen, E., Stow, J., Partridge, G., MacDonald, I., Barra, V., & van Vugt, M. (2011). Social laughter is correlated with an elevated pain threshold Proceedings of the Royal Society B: Biological Sciences DOI: 10.1098/rspb.2011.1373

viernes, 5 de agosto de 2011

Codicia, cooperación y castigo entre los Turkana


Muchos mamíferos son capaces de cooperar entre sí, pero solo los humanos pueden hacerlo a gran escala. Aun en el caos de las ciudades –y aunque a veces no lo parezca- los humanos estamos cooperando cuando seguimos las reglas establecidas para, por ejemplo, el tránsito de los automóviles y peatones en los cruces viales. Sin embargo, esta cooperación no es de a gratis, para tal efecto hay instituciones coercitivas que permiten la aplicación de sanciones para aquellos que se rehúsen a cooperar.
Uno de los retos teóricos y prácticos del estudio de la cooperación viene cuando se quiere explicar la existencia de intercambios cooperativos a gran escala en ausencia de dichas instituciones. Mas aun, existe la creencia de que la cooperación humana y sus mecanismos evolucionaron en pequeños grupos de cazadores o recolectores donde el parentesco y las interacciones frecuentes entre los individuos hacían que la cooperación fluyera de forma más natural, digamos.
Sin embargo, hay evidencia de que numerosas sociedades humanas prehistóricas eran mucho más grandes que aquellas de cazadores-recolectores o de pastores contemporáneos, donde además no existían instituciones coercitivas, leyes ni autoridades que reforzaran el cumplimiento de las normas sociales que permiten el funcionamiento de las sociedades y su permanencia a largo plazo.
Una visión alternativa sugiere que la cooperación pudo haber evolucionado no necesariamente en un contexto de grupos pequeños, si no en grupos más grandes donde además el lenguaje común constituía la fuerza cohesiva que permitió que la cooperación evolucionara en grupos más grandes que la banda familiar.
Por otro lado, algunos modelos recientes sugieren que los sistemas de castigo informal (no institucionalizado) pueden ser el toque mágico que se necesita para que la cooperación siga llevándose a cabo en ausencia del castigo institucionalizado.
Para entender mejor de qué manera el castigo pudo haber sido un factor importante en la evolución de la cooperación en grupos grandes sin instituciones coercitivas, Sarah Mathew y Robert Boyd de la Universidad de California, en los Ángeles, llevaron a cabo un estudio cuantitativo sobre los enfrentamientos de los Turkana, un grupo nómada de pastores del este de África.
Pastores Turkana. Fotografía de Rainier5 tomada de Wikimedia Commons.
 
Los Turkana son un grupo etnolingüístico grande donde los miembros de los numerosos grupos a menudo cooperan para llevar a cabo incursiones para apoderarse del ganado de otros grupos. Estas incursiones pueden ser pacíficas (cuando el ganado es silenciosamente robado) o forzadas con niveles variados de violencia donde los participantes pueden incluso llegar a perder la vida.
Los grupos que llevan a cabo las incursiones pueden estar compuestos por varios cientos de guerreros, pero entre los Turkana no existe una autoridad militar o política centralizada. Los ancianos tienen el privilegio de la toma de decisiones y son quienes se encargan de arbitrar las disputas; sin tener por ello una embestidura coercitiva.
Los participantes pueden negarse diplomáticamente antes de la incursión, pero para ello necesitan buenas razones. Algunos participantes pueden verse tentados a disfrutar de los beneficios de las incursiones (su parte del ganado obtenido) sin tener que pagar el costo (heridas o la muerte), por lo que podrían quedarse en la periferia o atrás del grupo en incursión y no cooperar en la obtención directa del botín. Las deserciones ocurren en el 43% de las incursiones forzadas.
Los oportunistas no pasan inadvertidos y los desertores son sancionados en el 67% de las incursiones donde la cobardía haya sido observada. El castigo puede involucrar sanciones verbales (carrilla pura y directa) y castigo corporal. Es posible que haya una tendencia a que el castigo a la cobardía en las incursiones pacificas sea verbal mientras que haya un mayor porcentaje de castigo físico para los desertores de incursiones forzadas. Aunque seria interesante saber lo anterior, el estudio de Sarah y Robert, no arrojó información detallada al respecto.
Al parecer, es entonces el castigo informal el que mantiene la cooperación a gran escala entre los Turkana. También, su estudio sugiere que las normas informales que rigen las incursiones de los Turkana benefician al grupo etnolingüístico completo (mas o menos medio millón de personas). Según sus resultados el castigo pudo haber sido un elemento importante en la evolución de la cooperación, particularmente entre grupos numerosos con una lengua común.
Además del idioma, otros elementos pudieron haber contribuido a la cohesión social y por tanto, a la cooperación. Según un modelo desarrollado por Carlos P Roca y Dirk Helbing cuando la codicia es moderada la cohesión social se ve favorecida. Esto tal vez tenga mucho sentido en sociedades como los Turkana donde los individuos obtienen beneficios indudables (en la forma de ganado) como resultado de sus incursiones pero donde un exceso de codicia podría poner al grupo y la frecuencia de los intercambios cooperativos en riesgo. La forma en la que los numerosos estudios y modelos sobre la cooperación humana se relacionan entre sí (si es el caso) es sin duda uno de los retos dentro del área.
El estudio de Sarah y Robert es una aproximación interesante a la comprensión de la cooperación humana en grupos humanos grandes sin leyes ni justicia formal. Quedan algunos cabos sueltos que podrán ser atados en estudios posteriores. Por ejemplo, además del castigo debe haber incentivos positivos para la cooperación. Los guerreros valientes y exitosos deben ser premiados por la sociedad Turkana de alguna manera.
Aunque los estudios en sociedades de pastores nómadas contemporáneos pueden darnos indicios respecto a la forma en la que funcionaron sociedades similares en la historia evolutiva humana, la aportación es necesariamente limitada. Mientras más nos queramos remontar en el pasado –y por tanto en los orígenes humanos- es más probable que muchos aspectos hayan sido muy diferentes en formas que tal vez ni siquiera podemos imaginarnos con claridad. Con este riesgo en mente, los estudios cuantitativos y los modelos matemáticos son todos bienvenidos para entender como es que llegamos a ser una especie tan cooperadora. 
Danza tradicional entre los Turkana. Fotografía de Rainier5 tomada de Wikimedia Commons.
Artículos de referencia:


ResearchBlogging.org
Mathew, S., & Boyd, R. (2011). Punishment sustains large-scale cooperation in prestate warfare Proceedings of the National Academy of Sciences, 108 (28), 11375-11380 DOI: 10.1073/pnas.1105604108
Roca, C., & Helbing, D. (2011). Emergence of social cohesion in a model society of greedy, mobile individuals Proceedings of the National Academy of Sciences, 108 (28), 11370-11374 DOI: 10.1073/pnas.1101044108

miércoles, 15 de junio de 2011

El dando y dando en el mundo de los capuchinos


Entre algunos científicos, el tema del altruismo siempre ha provocado intensas, confusas y acaloradas discusiones; y es que a los animales les da por ser altruistas con otros individuos no relacionados y eso es lo que nos rompe el esquema. ¿Cómo es que los animales deciden a quién conceder su altruismo?
Al parecer, puede ser mediante dos mecanismos principales. En el primero el individuo A le da algo al individuo B en función de lo que el individuo B le dio al individuo A, que técnicamente es altruismo recíproco (en otras palabras, “dando y dando”). En el segundo mecanismo el individuo A le da a B –en lugar de a C- en función de lo que B y C le han dado a A.
En el primer caso, la díada es vista de forma aislada, mientras que en el segundo caso hay cierta competencia entre individuos quienes a su vez eligen al mejor de sus compinches para intercambiar bienes o servicios. En teoría ambos mecanismos son posibles e incluso pueden ocurrir al mismo tiempo.
Algunos estudios con primates han demostrado intercambios en el corto plazo ya sea en términos de acicalamiento, proporcionar apoyo durante peleas, compartir alimentos y responder a una solicitud de ayuda durante una pelea. Es decir, estos estudios han proporcionado apoyo al primer mecanismo.
El segundo mecanismo, también llamado de “elección de compañero basado en los beneficios recibidos”, ha recibido menos apoyo experimental ya que es más difícil. Pero existen estudios donde se han encontrado correlaciones interesantes entre los bienes intercambiados e incluso tres estudios sugieren que los primates balancean sus intercambios más a largo que a corto plazo.
En sus intercambios, los primates parecen utilizar mucho el acicalamiento como moneda, o por lo menos es esta conducta la que ha sido más evidente para los primatólogos y ecólogos de la conducta. El acicalamiento puede ser intercambiado por sí mismo o por otras monedas como apoyo en peleas o tolerancia alrededor de recursos.
En un estudio reciente con monos capuchinos (Cebus apella nigritus) en el Parque Nacional Iguazú, Argentina, Barbara Tiddi y cuatro colaboradores más se preguntaron cuál era la ocurrencia de los mecanismos mencionados en los intercambios entre estos monitos. Para tratar de entender el primer mecanismo utilizaron datos colectados dentro de una ventana de tiempo de 2 horas y para indagar respecto al segundo mecanismo utilizaron todos los datos sobre acicalamiento y tolerancia alrededor de recursos que recopilaron durante casi un año de estudio. 
Capuchinos compartiendo. Fotografía cortesía de Frans de Waal tomada de Wikipedia.
 
Sus resultados demuestran –por primera vez en una especie de monos del nuevo mundo- que existen intercambios recíprocos entre acicalamiento y tolerancia alrededor de recursos. Más interesante aun, es el hecho de que los capuchinos parecen distribuir su altruismo eligiendo a los destinatarios de sus actos y considerando los beneficios recibidos a largo plazo por dichos destinatarios.
Se ha sugerido que la tolerancia tiene un papel fundamental en la cooperación y considerando que puede ser intercambiada por otros bienes o servicios puede a la larga tener repercusiones en la adecuación de los involucrados en dichos intercambios.
El hecho de que los capuchinos consideren los beneficios recibidos en el largo plazo, sugiere que son capaces de llevar una especie de registro respecto a los intercambios con otros individuos. Esto no es trivial y, de hecho, es una suposición fundamental detrás de varios modelos socioecológicos en primates.
Cómo es que los capuchinos y otros primates llevan dicho registro es otra pregunta que seguro esta siendo investigada en este momento, pero para la que todavía no tenemos una respuesta definitiva. Los mecanismos de registro deberían funcionar de una manera tal que no represente una carga cognitiva muy demandante. Es decir, debe ocurrir de alguna manera sin que ello involucre precisamente contar.
Si lo pensamos, nosotros los humanos –con esos supercerebros de los que nos ufanamos- llevamos registros que son a veces claros y puntuales, pero en otras ocasiones –como con los amigos- son más bien vagos. Es decir, no podríamos decir con certeza qué tanto de qué cosa hemos recibido y qué valor tiene cada intercambio. Aun así, sabemos bien –cuando ocurre- quien se ha pasado de la raya.
Capuchino. Fotografía de Matthias Kabel tomada de Wikipedia.
 
El estudio de Barbara y su equipo sugiere que en los capuchinos las relaciones sociales deben estar necesariamente basadas en intercambios a largo plazo. El acicalamiento y la tolerancia son solo dos beneficios que los capuchinos pueden intercambiar, por lo que futuros estudios podrían incorporar otros elementos en la ecuación.
Por último, es importante notar que en el estudio de Barbara y su equipo, sus análisis evaluaron la covariación entre acicalamiento y tolerancia. Esto sin embargo, no demuestra una relación causa y efecto. Por lo que una demostración definitiva de lo último aun tiene que ser ideada, muy probablemente en un contexto experimental.
Artículo de referencia:
ResearchBlogging.org
Tiddi, B., Aureli, F., Polizzi di Sorrentino, E., Janson, C., & Schino, G. (2011). Grooming for tolerance? Two mechanisms of exchange in wild tufted capuchin monkeys Behavioral Ecology, 22 (3), 663-669 DOI: 10.1093/beheco/arr028