Ciencia con espiral de limón

Science with a (lemon) twist
BLOG EN RECESO TEMPORAL
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jueves, 5 de enero de 2012

Si te ama, bostezará contigo


Las relaciones sociales complejas, como las que tenemos los humanos, requieren de varios ingredientes fundamentales. Uno de ellos es la empatía, que es la habilidad de entender y compartir las emociones de otros. Algunos estudios sugieren que el contagio de bostezos requiere de cierto grado de empatía. Sin embargo, no existía -hasta hace poco- evidencia conductual que confirmara la relación directa entre el contagio de bostezos y la empatía.
Existían varios estudios que sugerían lo anterior, por ejemplo, los seres humanos empezamos a bostezar en respuesta a los bostezos de otros hasta los 4 o 5 años de edad, que es la edad en la que ya se ha desarrollado la habilidad de entender las emociones de otros. Por otro lado, las personas con autismo –quienes son menos proclives a la empatía- son también menos susceptibles a bostezar por contagio.
Hombres bostezando de Luigi i Montejano. Imagen tomada de Wikimedia Commons.
Este tipo de contagios de conductas ocurren cuando el observador presencia una conducta que activa en su cerebro representaciones similares a las de la conducta observada. Es decir, se activa un mecanismo de percepción-acción en el que la actividad de las llamadas neuronas espejo parece jugar un papel importante. De ver, se antoja.

El mecanismo de contagio parece ser muy sensible. El simple hecho de ver un bostezo activa la necesidad de bostezar y en otros estudios con personas invidentes el sonido de un bostezo parece ser suficiente para disparar otro bostezo. Incluso leer acerca de bostezos puede desencadenar la necesidad de bostezar, por lo que si el lector está bostezando ahora mismo podría deberse a eso y no (necesariamente) a que esta entrada esté aburridísima.

Un par de investigadores italianos, Ivan Norscia y Elisabetta Palagi, observaron los patrones de bostezos en humanos durante un año y aunque dicha observación los hizo bostezar mucho también proporcionó valiosa información sobre los patrones de contagio de bostezos en humanos en su ambiente natural (en el trabajo, en restaurants, en salas de espera, en reuniones, etc.).
Ivan y Elisabetta encontraron que los bostezos son más contagiosos mientras más cercano sea el individuo al bostezador original. Además, dichos lazos emocionales también predicen la frecuencia de los bostezos y el tiempo de respuesta. Tal y como se muestra en la figura siguiente, el “riesgo de contagio” fue mayor entre aquellos que compartían una relación social cercana:
Ocurrencia de contagio de bostezo en función de la relación entre el bostezador original y el contagiado. Categorías 0=extraños, 1=conocidos, 2=amigos, 3=parientes (r=0.25) y parejas. doi:10.1371/journal.pone.0028472.g001.
La cercanía emocional fue la única variable que predijo el contagio de bostezo. Es decir, ni el país de origen, el género ni las características del bostezo predijeron el contagio.
Algunos estudios sugieren que existen diferencias en los niveles de empatía entre ambos géneros, donde las mujeres parecen ser capaces de mayores niveles de empatía, por lo que es notorio que el estudio de Ivan y Elisabetta no apoye dichos hallazgos. Sin embargo, según los autores, para indagar al respecto es necesario hacer otro tipo de análisis y comparaciones. En particular, sería necesario comparar díadas donde la cercanía social fuera semejante dentro de cada categoría de sexo.
De acuerdo con los resultados de Ivan y Elisabetta parece existir una fuerte relación entre el contagio de bostezo y la empatía por varias razones: 1) porque el contagio fue mayor entre aquellos que tenían una relación cercana, y porque además existe un gradiente de contagio entre los diferentes niveles de cercanía, y 2) porque lo anterior aplica tanto para la ocurrencia y la frecuencia de los bostezos como para el tiempo que ocurre entre el bostezo original y el bostezo por contagio.
Según los autores, cuando uno ve a alguien bostezar se activa un complejo circuito neural que involucra regiones del cerebro relacionadas con la imitación motora, la conducta social y la empatía, que a su vez involucran regiones sensorimotoras y al sistema límbico y para-límbico. Debido a lo anterior, las regiones ligadas al lado emocional podrían verse sobre-estimuladas en aquellos individuos que ven bostezar a alguien cercano.
Desde el punto de vista evolutivo, es interesante que en otros primates sea posible ver “replicas” de bostezos, lo cual no es necesariamente equivalente al contagio de bostezos entre humanos puesto que el último involucraría un entendimiento del estado emocional del otro. Entonces, es probable que el replicar bostezos de otros sea más antiguo (evolutivamente hablando) que la empatía.
Cabe recordar que en ninguno de nuestros parientes cercanos se ha probado –de forma irrefutable- la capacidad de empatía; pero a pesar de ello podríamos decir que existe una especie de unión o continuidad entre las habilidades cognitivas de los primates humanos y los no-humanos, a las que tal vez podemos asomarnos cuando se estudian conductas tan aparentemente simples, como los bostezos.

Artículo de referencia:
ResearchBlogging.org
Norscia, I., & Palagi, E. (2011). Yawn Contagion and Empathy in Homo sapiens PLoS ONE, 6 (12) DOI: 10.1371/journal.pone.0028472

jueves, 15 de diciembre de 2011

“Leer la mente”: las aventuras de un filólogo en las ciencias cognitivas

En esta ocasión el blog de la espiral de limón da un giro diferente para comentar el nuevo libro de Jorge Volpi: “Leer la mente” publicado por Alfaguara. En dicho libro, el autor nos presenta un ensayo científico-literario sobre la relación entre el cerebro y el arte de la ficción. El libro es una interesante primera aproximación a un tema que bien vale la pena seguir explorando, donde encontramos propuestas acertadas así como recursos literarios entremezclados en el texto con gracia. Sin embargo, el tema es escabroso y era difícil salir airado.
 
Para explicar “cómo funciona nuestro cerebro a la hora de crear y apreciar ficciones literarias” Jorge esboza algunos de los conocimientos actuales sobre conciencia, memoria, inteligencia y percepción a lo largo de varios capítulos, durante los cuales es recurrente el tema de los memes y las neuronas espejo.
La idea de los memes es tal vez demasiado recurrente en su libro. Lo anterior lo digo no solo porque no me creo completo el cuento (¿o la ficción?) de los memes, si no porque al ignorar otras propuestas del área de la evolución cultural el texto mismo pierde la oportunidad de contar con una riqueza mayor.
En “Leer la mente” hay también una inclinación muy marcada a atribuir muchas de las virtudes de nuestro cerebro a las neuronas espejo. Lo cual no es una propuesta necesariamente errónea, pero que si requiere de una fundamentación más amplia para lograr que sus propuestas al respecto sean transmitidas con mayor claridad. Por otro lado, las neuronas espejo son no solo un tema relativamente reciente y de moda en las ciencias cognitivas, si no también (o quizá en consecuencia) un tema sujeto a amplios debates y discusiones (ver una excelente muestra al respecto aquí).
Lo que Jorge llama ficción merece sin duda un análisis detallado y cuidadoso, por lo que cualquier intento de entender la mente y, en este caso, cómo las diversas formas de arte son interpretadas e (incluso) disfrutadas es sin duda deseable y esperado.
En el capítulo tres, que aborda temas relativos a la conciencia, la inteligencia y la percepción, Jorge nos comparte un sabroso resumen sobre algunos aspectos de dichos temas aunque, para mi gusto, se queda corto al ligarlos con la ficción.
En el capítulo cuatro, sobre la memoria, Jorge concluye acertadamente que la ficción se nutre de la memoria y las experiencias de los autores y en consecuencia la literatura se transforma en un “testimonio inigualable de nuestro paso por la Tierra” y es un “prodigioso sustento de la memoria”. Ya otros autores han señalado la importancia de las historias (storytelling) en la evolución de procesos culturales.
Sin embargo, hay tres temas fundamentales en el entendimiento de la ficción que fueron prácticamente ignorados en la propuesta: el lenguaje, la cultura y la teoría de la mente. Roza apenas dichos temas y su importancia cuando, por ejemplo, afirma que “nosotros hemos perfeccionado una habilidad sin igual para imitarnos y “leer” las mentes de nuestros congéneres (teoría de la mente). Y, por encima de todo, el Homo sapiens desarrolló la imaginación simbólica (representación simbólica, en realidad, posible en parte gracias al lenguaje) – y con ello trastocó para siempre su propia estructura cerebral”.
En el capítulo cinco, sin embargo, Jorge parece reducir el lenguaje a la mera imitación de sonidos y de los movimientos de los labios y la boca, o al producto de las neuronas espejo; cuando el lenguaje es un rico e impresionante producto evolutivo (ver por ejemplo “The symbolic species” de Terrence Deacon).
La incorporación del tema del lenguaje, la teoría de la mente y la cultura eran indispensables para entrelazar ciencia y literatura (como sugiere la contraportada) e incluso para sustentar una brillante metáfora que Jorge nos comparte: “el yo es una novela que escribimos, muy lentamente, en colaboración con los demás”. También hubiera sido deseable que nos contara un poco acerca de nuestro tremendo lóbulo frontal, seguro que en él radican muchos secretos respecto a nuestro gusto por la ficción.
Otro asunto que me causó comezón al leer el libro es la propuesta de que “la ficción literaria debe ser considerada una adaptación evolutiva que, animada por un juego cooperativo, nos permite evaluar nuestra conducta en situaciones futuras, conservar la memoria individual y colectiva, comprender y ordenar los hechos a través de secuencias narrativas y, en ultima instancia, introducirnos en las vidas de los otros, anticipar sus reacciones y descifrar su voluntad y sus deseos”. Causa comezón porque, desde el punto de vista de una bióloga, confunde la gimnasia con la magnesia y considera como adaptación un fenómeno que es el resultado –de una forma poco clara todavía- de otros fenómenos que sí pueden ser considerados como adaptaciones: el lenguaje, la teoría de la mente, y algunos aspectos de la cultura que además son (hasta donde hemos podido comprobar) características exclusivamente humanas.
Por otro lado, algunos procesos biológicos básicos y comunes a muchas especies –incluso de invertebrados- son presentados como peculiaridades del cerebro humano, lo cual es un desafortunado error. Algunos conceptos biológicos y cognitivos no están adecuadamente aplicados y/o descritos; un biólogo editor era indispensable para darle una pulida al ensayo. Sin embargo, si el ensayo fue escrito para colocarse en el estante de la ficción o la ciencia ficción, no he dicho nada.
Como bióloga interesada en los temas cognitivos me hubiera gustado un ensayo más amplio ya que la exposición de propuestas quedó corta en los temas fundamentales, sobre los cuales además sabemos poco y siguen en constante debate. Es decir, el tema daba para descoserse y filosofar a placer planteando propuestas arriesgadas, eso si, con su debido fundamento.
En relación con el párrafo anterior, el discurso a veces demasiado afirmativo de Jorge contrasta con aquel propio de la ciencia, sobre todo el de las ciencias cognitivas donde los hallazgos no son (en muchos casos) hechos irrefutables, sino sugerencias, meras propuestas que son puestas sobre la mesa.
Lo aquí expresado no quita que el libro de Jorge también tenga partes claras y bien expuestas con anécdotas entretenidas y datos interesantes. De particular interés son el primero, el segundo y el último capítulo. En el primero su recreación de (un probable) origen de la ficción en un Homo cavernario es muy divertida, en el segundo capítulo su exposición sobre algunas de las ideas de Hofstadter es agradable y clara, y en el último capítulo Jorge comparte las motivaciones y razones por las que escribe, lo cual es muy ilustrativo.
Por último, es loable la propuesta de Jorge de señalarnos el lado humano y enriquecedor de nuestra afición por la ficción literaria, y termino esta entrada con un bonito fragmento al respecto: “…en las novelas y en los relatos (y en los poemas) se cifra una de las mayores conquistas de nuestra especie: la posibilidad de experimentar en carne propia, sin ningún límite, todas las variedades de la experiencia humana. La libertad de la ficción es siempre la medida de nuestra libertad individual”. En ese sentido, la ficción, sin duda, nos ayuda a ser humanos.

lunes, 15 de noviembre de 2010

El baile de la macarena y las neuronas espejo

Es muy probable que en alguna fiesta durante los últimos años te haya tocado bailar la Macarena, de no ser así es casi seguro que por lo menos hayas escuchado de ella. Esta canción de origen español fue interpretada originalmente por Los del Río y ha sido bailada alrededor del mundo en numerosos eventos públicos y privados y por incluso distinguidos personajes. 

Video tomado de YouTube.

El baile de la macarena nos demuestra que la imitación no es tan inmediata como uno pensaría y que en ocasiones son necesarias numerosas sesiones de aprendizaje coreográfico asistido para lograr cierta coordinación y, de ser posible, gracia en tan afamado movimiento de brazos y cadera.
Es posible que durante alguna fiesta algunos de los asistentes al ver el baile de la macarena hayan preferido divagar sobre las redes neuronales que hacen posible que uno pueda seguir una coreografía o no. Por ejemplo, uno podría cuestionarse si observando la coreografía desde la comodidad de un sillón se activarían las mismas neuronas que las de aquellos que si estuvieran bailando. Esta no sería una pregunta trivial considerando los avances y debates recientes en las neurociencias respecto al papel que juegan las neuronas espejo en la cognición social en general y el entendimiento de las acciones de otros, en particular.
Las neuronas espejo fueron descritas por primera vez en monos y lo sobresaliente respecto a las mismas es que se “encendían” no solo cuando un monito llevaba a cabo una acción (como agarrar una taza), sino también cuando el monito observaba a otro realizando la misma acción. Después, otros estudios han sugerido la existencia de un sistema similar en humanos. Estas neuronas, con la capacidad de reflejar las acciones observadas y ejecutadas, se encuentran en la corteza parietal y la corteza premotora.
Dada su aparente participación en varios aspectos de la cognición social, se les ha llamado también “neuronas empáticas” e incluso se ha propuesto que son “la fuerza detrás del gran salto hacia delante en la evolución humana”. Pero antes de emocionarnos más, aun es necesario entender varios aspectos respecto a su origen y a cómo es que funcionan.
Según Cecilia Heyes, de la Universidad de Oxford, lo primero que necesitamos es saber ¿de dónde vienen las neuronas espejo?. Según una revisión que publicó este año, el sistema de neuronas espejo podría ser 1) una adaptación para el entendimiento de la acción en otros o 2) un producto secundario del aprendizaje asociativo.
En el primer caso, las neuronas espejo habrían sido favorecidas por la selección natural porque ayudaban a los poseedores de las mismas a entender lo que otros estaban haciendo. En el segundo caso, las neuronas espejo serían un producto del mismo aprendizaje que estudió Pavlov con sus famosos perros. Según Cecilia, ambas explicaciones son plausibles; aunque la hipótesis del aprendizaje asociativo tiene más ventajas. Por ejemplo, con el aprendizaje asociativo en mente las diferencias existentes entre monos y humanos podrían explicarse más fácilmente.
Para empezar, la experiencia puede tener un efecto importante en la activación del sistema de neuronas espejo. Por ejemplo, parte de las diferencias observadas entre otros primates y nosotros podrían deberse a que durante el desarrollo los humanos recibimos más entrenamiento y/o estimulación para llevar a cabo ciertas acciones. Algunos autores sugieren que si un mono recibiera cierto tipo de entrenamiento tal vez su sistema de neuronas espejo se comportaría de manera similar a la nuestra. Si esto último fuera cierto, entonces sería un punto a favor de la hipótesis asociativa.
El efecto de la experiencia también se ha observado en estudios con (humanos) pianistas, donde se presenta más activación espejo cuando éstos observan una ejecución en piano comparado con un observador sin experiencia en la ejecución musical. Lo mismo podría pasar con un bailarín experimentado comparado con un amateur al observar, por ejemplo, el baile de la macarena.
En apoyo a la teoría asociativa estos y otros estudios sugieren que la experiencia sensorimotora puede mejorar, revertir o eliminar la activación del sistema de neuronas espejo.
Otras observaciones interesantes respecto al sistema de neuronas espejo es que se ha visto que las neuronas correspondientes en monos responden a acciones sobre objetos mientras que en humanos existe también respuesta a gestos. Por otro lado, la respuesta en monos se ha encontrado cuando los sujetos observan al actor de cuerpo entero, mientras que en humanos es suficiente que el actor observe la actividad de una sola mano. Buena parte de los estudios se han centrado en acciones llevadas a cabo con las manos, pero también se ha reportado actividad neuronal para acciones relacionadas con la boca, incluso en monos, como lo demuestra un estudio con macacos publicado hace algunos años.

Macaco de 3 días de edad imitando el sacado de lengua. Imagen tomada de la PLoS.

Sin embargo, el estudio de las neuronas espejo tiene sus bemoles. Por ejemplo, un estudio reciente respecto a la facilitación visuomotora sugiere que la imitación no es tan automática como uno pensaría –de ahí que en ocasiones copiar los movimientos de la macarena no sea una tarea tan trivial. Los resultados pueden ser influidos por el contexto, las instrucciones recibidas, el grado de atención dirigida al estímulo, etc.
Por otro lado, si el sistema de neuronas espejo es un producto del aprendizaje asociativo entonces podríamos esperar encontrar sistemas similares en otras especies, no únicamente en primates. Las especies que podrían tener sistemas similares serían aquellas donde se ha observado aprendizaje asociativo. Si el aprendizaje asociativo esta detrás del origen del sistema de neuronas espejo entonces es poco probable que puedan ser consideradas como el gran salto evolutivo que nos separa de otros grupos animales.
Estudios paralelos son necesarios para entender el fenómeno de manera completa. Por ejemplo, los estudios que utilizan resonancia magnética deben ser tratados con cautela y cotejados con información de otras fuentes (para leer un comentario bien informado respecto a los estudios con resonancia magnética presione aquí).
Es interesante notar que en humanos se ha visto que la activación también ocurre fuera de la zona que ha sido reportada para monos. Esta diferencia podría deberse a la diferencia en métodos que se usan en ambos primates: en monos se utilizan invasivos métodos que permiten aislar neuronas de forma individual, mientras que en humanos se usan métodos de resonancia magnética con los que necesariamente la aproximación se vuelve más burda.
La diversión respecto a las neuronas espejo apenas comienza. Pero por el momento, lo que si es seguro es que las neuronas espejo no hacen –por si solas- a la empatía. La empatía es un complejo fenómeno en el que intervienen más que una red de neuronas encendiéndose y apagándose. Aún así, el sistema de neuronas espejo parecen ser una pieza clave en la cognición social y su estudio sin duda nos ayudará a entender aspectos relacionados con la misma.
Cecilia concluye en su revisión que si la hipótesis asociativa es cierta entonces las neuronas espejo no solo respaldan si no son respaldadas por la socialidad humana. Una buena parte de la experiencia sensorial y motora que adquirimos es precisamente a través de nuestra interacción con otros
Artículos de referencia:
ResearchBlogging.org

Heyes, C. (2010). Where do mirror neurons come from? Neuroscience & Biobehavioral Reviews, 34 (4), 575-583 DOI: 10.1016/j.neubiorev.2009.11.007
Dossey L (2010). Strange contagions: of laughter, jumps, jerks, and mirror neurons. Explore (New York, N.Y.), 6 (3), 119-28 PMID: 20451143

Gowen, E., Bradshaw, C., Galpin, A., Lawrence, A., & Poliakoff, E. (2010). Exploring visuomotor priming following biological and non-biological stimuli Brain and Cognition DOI: 10.1016/j.bandc.2010.08.010

viernes, 5 de noviembre de 2010

El amor apasionado, la cognición corporizada y la ciudad


Stephanie Ortigue es una especie de Carrie Bradshaw de la psicología y las ciencias cognitivas. Stephanie también vive y trabaja en Nueva York -aunque no en Manhattan- y también le interesan las relaciones interpersonales y de pareja. Sin embargo, Stephanie no se conforma con platicar con sus amigas sobre estos temas: Stephanie invita voluntarios a su laboratorio para que la ayuden a contestar cuestionarios, realiza experimentos e incluso toma imágenes de resonancia magnética de sus cerebros durante los mismos.
Las conclusiones a las que llega Stephanie no las publica en The New York Star, como Carrie. Stephanie publica sus hallazgos sobre el amor apasionado, la amistad, la autoconsciencia, así como sobre las intenciones, deseos y acciones de las personas -entre otros temas- en revistas especializadas en psicología y neurociencias. De hecho, recientemente publicó, junto con algunos colegas, un artículo sobre el entendimiento de la intención motora entre parejas enamoradas en la revista Journal of Social and Personal Relationships.
Stephanie Ortigue y sus colaboradores Nisa Patel, Francesco Bianchi-Demicheli y Scott T. Grafton querían ahondar en el entendimiento de la intención entre parejas enamoradas apasionadamente y su relación con la cognición corporizada (o embodied cognition). Es decir, querían saber más sobre cómo es que las parejas enamoradas son capaces de entender la intención y predecir las acciones de sus medias naranjas, y cómo se relaciona esto con la forma en la que integramos las experiencias vividas.
El entendimiento mutuo de las acciones de una pareja ocurre cuando uno de los miembros adivina la intención del otro aun antes de que él o ella concluyan la acción. Por ejemplo cuando un miembro de la amorosa díada “sabe” que el otro va a tomar agua simplemente por la manera en la que agarra el vaso.
La primera parte del experimento del equipo neoyorquino consistió en colocar anuncios en los que se solicitaban parejas “apasionadamente enamoradas” y díadas de amigos. Una vez que los curiosos y/o entusiastas voluntarios llegaban, la siguiente tarea fue distinguir a aquellos voluntarios que efectivamente estuvieran “apasionadamente enamorados” de aquellos que solo experimentaban un “amor de compañía” (companionate love). Este último se refiere a aquel que puede ocurrir entre mejores amigos, donde existe afecto y compromiso pero donde no necesariamente existe excitación sexual.
 Diada apasionadamente enamorada. Autor desconocido.
Para poder separar a los voluntarios Stephanie y su equipo utilizaron la escala del amor apasionado. Si, en efecto, hay una escala para medir la pasión existente en una relación (por la que seguramente Carrie hubiera dado sus Manolo Blahnik a cambio). También, utilizaron las escala del amor de compañía (companionate love scale) y la escala de la inclusión del otro en uno mismo (Inclusion of other in self scale).
La siguiente tarea fue obtener varios cuadros de video de las manos y el antebrazo de los participantes y sus parejas o amigos. En estos videos los voluntarios llevaban a cabo seis diferentes acciones intencionales y seis acciones no intencionales. Por ejemplo, escribir sobre un papel vs escribir sobre la mesa, cortar con tijeras vs “pintar” con las tijeras, etc. Es decir, intenciones “correctas” e “incorrectas”. Los videos se dividieron en cuadros donde cada uno de ellos representaba solo una parte de la acción completa.
Después, los participantes observaron tres cuadros (de la acción completa) por un máximo de 2.5 segundos en total y calificaron la intención de las acciones realizadas que observaban en ellos. En dichos cuadros, podían observarse a sí mismos, sus parejas y a un extraño, pero sin saber quién aparecía en ellos. Los participantes entonces debían inferir -tan rápido como pudieran- si el resultado de las acciones observadas era intencional o no.
Stephanie y su equipo encontraron que los participantes podían inferir la intención de las acciones observadas mucho más rápido cuando los videos que observaban correspondían a sí mismos o a sus parejas, especialmente cuando los participantes se encontraban enamorados apasionadamente. De hecho, no hubo diferencia en el tiempo que tardaron en inferir dichas acciones en sí mismos y en sus parejas, y el tiempo de reacción fue tanto menor cuanto más tiempo llevaban en apasionado enamoramiento.
Es interesante notar que aun cuando las diadas correspondían a amigos cercanos los tiempos de reacción no eran semejantes a los de las diadas apasionadas, lo que sugiere que es precisamente la relación amorosa la que facilita el entendimiento de las acciones observadas y no solo la cercanía.
Los autores atribuyen los resultados a la existencia de una facilitación implícita (implicit priming): las parejas enamoradas apasionadamente entienden la intención más rápidamente bajo ciertos estímulos. Es decir, la reacción ocurre a un nivel asociativo, no únicamente perceptual.
Estos hallazgos concuerdan con aquellas teorías que sugieren que 1) la incorporación y recuerdo de acciones motoras propias facilita el entendimiento de las acciones observadas en otros, y 2) que en las parejas apasionadamente enamoradas existe cierta incorporación mental de la media naranja en la representación mental propia. Es decir, es como si la representación mental del otro se incorporara en la auto-representación y se lograra una especie de expansión de la auto-representación.
Se ha sugerido que una especie de auto-expansión (o expansión de uno mismo) ocurre cuando experimentamos emociones intensas (como el amor apasionado) y entonces se crea una representación mental compartida de uno mismo y la pareja. Por otro lado, dado que las mismas áreas del cerebro parecen mediar el amor y la cognición corporizada Stephanie y su equipo apoyan la idea de que el amor apasionado podría mediar la cognición corporizada.
Más allá del aspecto romántico que implica adivinar los pasos del amado o amada, el estudio de Stephanie y su equipo nos proporciona información acerca de cómo los humanos codificamos y “representamos” las relaciones interpersonales. Es decir, el amor no es solo un estado emocional, si no un estado cognitivo en el que intervienen motivaciones cognitivas relacionadas con nosotros mismos.
El entendimiento de otros se basa (en parte) en mentalmente “experimentar de nuevo” acciones perceptuales, somato-viscerales y motrices y, al parecer, las acciones de otros son procesadas más rápidamente cuando han sido ejecutadas por quien amamos apasionadamente.
Stephanie y sus colaboradores sugieren que es importante ahora hacer experimentos similares en otro tipo de relaciones y otros estados de amor intenso como serían el amor maternal, así como las diferentes etapas dentro de una relación amorosa. Por supuesto, al equipo también le entusiasma la idea de obtener imágenes de resonancia magnética que permitan entender exactamente qué áreas del cerebro relacionadas con la cognición corporizada se activan durante experimentos similares y, por ejemplo, en participantes con relaciones amorosas poco satisfactorias.
Estudios de este tipo nos ayudarán a entender el desarrollo de la cognición corporizada en las relaciones amorosas, el papel de la facilitación implícita y, por lo tanto, el papel que dichos procesos cognitivos juegan en el entendimiento de otros.
Así como en una escena típica de Sex and the City, Stephanie, Nisa, Francesco y Scott seguramente se reunieron varias veces a discutir sobre el amor apasionado, incluso puede que lo hicieran durante el almuerzo. Cabe destacar que, al momento de escribir esta entrada, la redacción desconocía qué tan a la moda estuvieron los autores del estudio durante sus reuniones. 
 Discutiendo sobre relaciones durante el almuerzo. Autor desconocido.
Artículo de referencia:



ResearchBlogging.org

Ortigue, S., Patel, N., Bianchi-Demicheli, F., & Grafton, S. (2010). Implicit priming of embodied cognition on human motor intention understanding in dyads in love Journal of Social and Personal Relationships DOI: 10.1177/0265407510378861