Ciencia con espiral de limón

Science with a (lemon) twist
BLOG EN RECESO TEMPORAL

viernes, 25 de junio de 2010

En la edad adulta la felicidad es proporcional al número de velitas en el pastel de cumpleaños

Según el emperador romano Marco Aurelio poco era necesario para ser feliz (pero que conste que Marco Aurelio era emperador). Para Anatole France una persona nunca es feliz excepto cuando paga el precio con un poco de ignorancia. Para Gustave Flaubert ser estúpido, egoísta y tener buena salud eran requerimientos para la felicidad; aunque si la estupidez faltaba entonces todo estaba perdido. En los mundos de la filosofía y la literatura abundan las indagaciones sobre lo que nos hace felices; sin duda mucha tinta se ha utilizado en dicha empresa.


También a la ciencia le interesa saber cuáles son las razones de la felicidad humana y no solo por mera curiosidad, si no porque dicho conocimiento puede ser útil para evaluar políticas públicas y servir como complemento para algunos indicadores económicos. Por ello, los científicos conductuales y los economistas han indagado sobre el asunto ya que, entre otras razones, sería bueno tener medidas que nos ayudaran a monitorear el bienestar de una población en particular.


Muchas y variadas exploraciones se han hecho en el mundo de la ciencia alrededor del tema de la felicidad. Por ejemplo, el “bienestar global” es una medida que ha sido utilizada para evaluar la percepción general de la vida de una persona incluyendo sus aspiraciones, logros y situación actual. El “bienestar hedónico” es otro indicador, que evalúa el lado afectivo del bienestar e incorpora tanto aspectos positivos como el disfrute y la felicidad, así como negativos donde se incluyen el estrés, la preocupación, el enojo y la tristeza.


Algunos estudios han considerado el bienestar global y otros estudios solo el bienestar hedónico. Aun cuando ambas medidas podrían ser consideradas como complementarias -puesto que cada una evalúa componentes diferentes del bienestar- ningún estudio había utilizado ambas medidas, hasta hace poco.


Otra de las preguntas interesantes en torno a la felicidad es cuál es su relación con la edad. Algunos estudios al respecto sugieren que, por ejemplo, el bienestar global se incrementa de la mediana edad en adelante, lo cual es notorio considerando que es cuando la salud física comienza una etapa de franco deterioro. Más notorio aún es que este patrón parece no depender de aspectos como la situación económica ni ser exclusivo de culturas occidentalizadas.


Un estudio reciente, liderado por Arthur A. Stone de la Universidad de Stony Brook, en Nueva York, evaluó los niveles de bienestar global y hedónico aplicando entrevistas telefónicas con las que se obtuvo información de 355,334 norteamericanos de entre 18 y 85 años durante el 2008.


El estudio de Stone y colaboradores confirmó el hecho de que el bienestar global y el hedónico se incrementan después de los 50 años. Además, con dicho estudio se encontró que los norteamericanos mayores de 50 años presentaron niveles mayores de bienestar general, un incremento en los niveles de bienestar hedónicos positivos (disfrute y felicidad) y niveles menores de los aspectos negativos (enojo, preocupación y estrés). En otras palabras, conforme la gente envejece les preocupa menos el estrés y se enojan menos aun cuando la preocupación persiste –sin incrementarse-. Después de los 50 años, sin embargo, el nivel de preocupación también disminuye.

La tarjeta de Clara. Fotografía de Frank Mayne, tomada de Wikimedia Commons.

Por otro lado, fue interesante que el nivel de tristeza de los norteamericanos de entre 18 y 85 años se mantuviera igual en todas las categorías de edad, aun cuando se encontraron algunas ligeras variaciones entre dichas categorías. Este resultado, a la luz del resto de los hallazgos, es un tanto intrigante, por lo que sin duda estimulará el desarrollo de estudios posteriores al respecto.


Uno de los hallazgos difíciles de explicar del estudio de Stone es que las mujeres presentaron niveles más altos de bienestar global, tuvieron niveles semejantes a los hombres en cuanto a la medida de felicidad, pero el nivel de disfrute fue menor que el de los hombres. Mientras estudios posteriores proporcionen una explicación a estos inesperados resultados, el estudio de Stone y su equipo podría sugerir que existe una potencial -pero importante- diferencia entre las medidas de bienestar global y las de bienestar hedónico.


La variedad en los patrones y las marcadas diferencias encontradas en el estudio de Stone y su equipo sugieren que es necesario utilizar diversas medidas para poder entender –de una mejor manera- cómo es que la felicidad o el bienestar se modifican con la edad. Lo anterior es particularmente importante considerando el posible uso de las medidas de bienestar (global, hedónico o ambos) como indicadores sociales.


Con todo y todo, el estudio de Stone y colaboradores, proporciona sustento a descubrimientos previos respecto a la existencia de diferencias asociadas con la edad y los niveles de bienestar global y hedónico. Al mismo tiempo, nos regresa a una pregunta planteada ya hace tiempo por otros investigadores: ¿por qué los adultos mayores son –en promedio- más felices y están menos estresados que los adultos jóvenes?


Según otro estudio al respecto publicado en el año 2000 por Laura Carstensen y otros colaboradores, con la edad se incrementa también la sabiduría y la inteligencia emocional. Adicionalmente, se ha propuesto que la gente mayor tienen una mayor habilidad para autorregular sus emociones y ver las situaciones más positivamente que los adultos jóvenes.


Por otro lado, un estudio publicado hace un par de años por Susan Turk Charles y Carstensen sugiere que los adultos mayores tienen menos recuerdos negativos que los adultos jóvenes. Lo anterior, apoya lo que Rita Mae Brown ya había sugerido hace algunos años: que una de las claves para la felicidad es la mala memoria.


En conclusión, conforme más velitas soples en tu pastel de cumpleaños ten en cuenta que -junto con el ancho de tu cintura y tu mala memoria- tu felicidad, sabiduría, inteligencia emocional, bienestar global y hedónico podrían también estarse incrementando.


Artículo de referencia:
ResearchBlogging.org
Stone, A., Schwartz, J., Broderick, J., & Deaton, A. (2010). A snapshot of the age distribution of psychological well-being in the United States Proceedings of the National Academy of Sciences, 107 (22), 9985-9990 DOI: 10.1073/pnas.1003744107

martes, 15 de junio de 2010

Las langostas del desierto que tienen vida social tienen también cerebros más grandes

Las langostas del desierto (Schistocerca gregaria) son insectos cuya característica más notoria es probablemente su capacidad de formar descomunales y móviles enjambres. Una de las plagas bíblicas fue un enorme enjambre de langostas que cubrió completamente el suelo de Egipto y entró en todas las casas de los egipcios de una forma nunca antes vista. La imagen de un enjambre de langostas en movimiento es tan inquietante que ha sido un recurso ampliamente utilizado en películas, principalmente de terror.

Langostas. Ilustración de la Crónica de Nuremberg de Hartmann Schedel. Tomada de Wikimedia Commons.


Los temores alrededor de los enjambres de langostas son bien justificados. A lo largo de la historia han existido varios brotes que han devastado grandes extensiones de toda su vegetación ocasionando grandes pérdidas a agriculturas locales y ecosistemas. El enjambre de langostas que azotó al Norte de África en el 2004 llegó a medir 230 km de largo y 150 metros de ancho. Compuesto por unos 69 billones de langostas, el enjambre se movió a lo largo y ancho de varios países ocasionando pérdidas económicas enormes.

Las pérdidas económicas relacionadas con estos enjambres son tan altas que actualmente la FAO tiene en marcha un programa en línea de monitoreo de langostas (Locust watch) donde se informa de las condiciones prevalecientes respecto a la presencia de pequeños enjambres de estos bichos y las condiciones ambientales que pudieran propiciar un nuevo y devastador brote.


Pero a las langostas no siempre se les encuentra en grandes enjambres. Cuando no están devastando campos de cultivo se les puede encontrar en una fase solitaria críptica que se encuentra más activa al amanecer y durante el atardecer, selecciona con cuidado la vegetación de la que se alimenta y evita a otras langostas. Sin embargo, bajo ciertas condiciones de humedad ambiental y como respuesta a un incremento en la presencia de otras langostas se dispara la transformación a la fase gregaria. Durante esta fase las langostas cambian de color, son más pequeñas, tienen hábitos diurnos (es decir, son activas durante el día), se les quita lo quisquillosas con las plantas de las que se alimentan y son altamente móviles.

Langostas en fase solitaria (arriba) y fase gregaria (abajo). Fotografía de Compton Tucker de la NASA tomada de Wikimedia Commons.

Los enormes enjambres de langostas parecen ser desafiantes no solo para agricultores, flora y fauna de un sitio en particular. Ser langosta dentro de un enjambre de langostas tiene también sus bemoles.


Mientras un voraz enjambre avanza a toda velocidad, las langostas que lo componen se enfrentan a una feroz competencia alimenticia. De hecho, si no se ponen listas pueden convertirse en el alimento de otras langostas. Al parecer entonces, las demandas de su fase gregaria se incrementan tanto en términos sociales como en términos alimenticios, considerando la intensa competencia a la que se enfrentan.


Las exigencias de la vida en grupo, por un lado, y las demandas de conseguir alimento suficiente, por el otro, han sido consideradas como factores determinantes –aunque no necesariamente independientes- en la evolución del tamaño del cerebro en vertebrados (ver por ejemplo, la hipótesis del cerebro social) y en invertebrados, como los insectos.


Se ha visto que tanto en vertebrados como en invertebrados, el tamaño del cerebro -así como el de las partes que lo forman- presenta cierta plasticidad fenotípica. Es decir, los estímulos ambientales a los que se enfrentan estos animales pueden influir en su tamaño y el de sus partes. La plasticidad fenotípica, sin embargo, se encuentra limitada por costos metabólicos y por otras razones relacionadas con la historia evolutiva de las especies en cuestión.


Pero el cerebro no es lo único que puede presentar plasticidad fenotípica, también la forma y el tamaño (morfología) de ciertas especies, su fisiología y conducta pueden verse modificadas bajo diferentes condiciones ambientales. Tal es el caso de las fases solitaria y gregaria de las langostas del desierto.


Dada la extrema plasticidad fenotípica que muestran las langostas en su morfología dos de las preguntas que seguirían serían ¿Sus cerebros reflejan también ésta plasticidad? Y si es así, ¿estarán estas diferencias relacionadas con las exigencias particulares de sus fases?


Las respuestas a las preguntas anteriores son afirmativas y fue lo que encontraron Swidbert R. Ott y Stephen M. Rogers de la Universidad de Cambridge, Inglaterra, comparando el tamaño del cerebro –y el de las partes que lo componen- de langostas solitarias con el de sus contrapartes gregarias. Para ello utilizaron langostas de laboratorio, quienes habían sido mantenidas en condiciones de hacinamiento (langostas gregarias) o aislamiento (langostas solitarias) por varias generaciones.


Ott y Rogers encontraron que los cerebros de las langostas gregarias resultaron ser, en general, 30% más grandes que las de las langostas solitarias, lo cual es notorio considerando que las langostas gregarias son 21% más pequeñas.


Además, encontraron que varias regiones del cerebro de las langostas gregarias eran también más grandes. Por ejemplo, aquellas regiones relacionadas con la integración de la información visual. También, se encontró un mayor tamaño en una región llamada “complejo central”, relacionada con el control motor y que podría estar relacionada con la navegación de las langostas al moverse de un sitio a otro.


Fueron más grandes aquellas áreas asociadas con la experiencia en el forrajeo, como algunas subregiones del cerebro medio, aunque también se ha encontrado que en avispas sociales dicha región se relaciona no con el forrajeo, sino con la dominancia social.


Otras subregiones del cerebro medio –también de mayor tamaño en langostas gregarias- están relacionadas con la discriminación olfativa y/o un mejor aprendizaje por asociación. Esto último podría conferir ventajas a las langostas gregarias cuando se enfrentan a una mayor variedad de plantas, lo cual es común dado que constantemente se mueven a zonas donde no necesariamente encuentran las plantas de las que habitualmente se alimentan y, por lo tanto, se enfrentan a la necesidad de balancear la ingesta de nutrientes.


Por otro lado, en el cerebro de las langostas solitarias se privilegian aquellas regiones relacionadas con la percepción visual y olfativa, lo que sugiere que en esta fase la visión y la percepción de la distancia son más importantes. En las langostas gregarias su ambiente se encuentra en cierto sentido “disminuido” por la presencia de muchas otras langostas, por lo que es lógico entonces que en dichas langostas sea el centro de integración visual el que se vea privilegiado.


Sin embargo, Ott y Rogers, sugieren cautela señalando que no es claro si el incremento en el tamaño de los llamados centros elevados del cerebro (higher brain centres) -relacionados con la integración de información- implica necesariamente una función adaptativa o si son consecuencia de las limitantes de conectividad y/o desarrollo originadas por el incremento en el tamaño del cerebro. Una de las consecuencias del incremento de tamaño en dichos centros podría ser la presencia de conductas diferentes en la fase gregaria; por lo que la identificación de dichas conductas es sin duda una de las sugerencias, para futuros estudios, que se derivan del de Ott y Rogers.


Con el estudio de Ott y Rogers es ahora evidente que el cambio de fase de las langostas no lo solo afecta el tamaño del cuerpo, la forma, la coloración, la endocrinología, el metabolismo y la conducta de las langostas, sino también el tamaño de su cerebro y las regiones que lo conforman. Los autores hacen notar que se han encontrado cambios similares en otros insectos y en vertebrados, lo que sugiere que varios animales comparten los mismos o muy semejantes mecanismos de plasticidad.


Artículo de referencia:
 
Ott, S., & Rogers, S. (2010). Gregarious desert locusts have substantially larger brains with altered proportions compared with the solitarious phase Proceedings of the Royal Society B: Biological Sciences DOI: 10.1098/rspb.2010.0694
ResearchBlogging.org

miércoles, 9 de junio de 2010

Salsa acidita de curry, tomates verdes y chile guajillo

5 chiles guajillos 
1/2 kilo de tomates verdes
2 dientes de ajo
1/2 cebolla mediana
1/3 taza de curry hindú
Sal o consomé de pollo en polvo, al gusto

Hervir los chiles guajillos unos 5 minutos.
Freír la cebolla rebanada y los ajos hasta que se acitronen.
Moler los chiles, los tomates, la cebolla y los ajos.
(Se puede moler también un chile serrano si se quiere más picosor).
Se pone a hervir la mezcla y al primer hervor se agrega el curry y la sal.
Dejar hervir a fuego lento unos 15 minutos.

Esta salsa es buenísima con verduras (como nopalitos), carnes (como pollo o cerdo), en enchiladas y huevos rancheros. Por supuesto también es ideal para agregar en quesadillas, tortas, etc.
Para que el plato tenga un toque coqueto y darle un giro al sabor de la salsa, se puede adornar con gajos pelados de mandarina y hojitas de perejil.
Nopales con salsa de curry, tomates verdes y chile guajillo.
Fotografía de Guillermina Echeverría-Lozano.

sábado, 5 de junio de 2010

¿Nos hemos visto antes?: Los desafíos de la vida social de los gelada

Como todos hemos experimentado en algún momento de nuestras vidas, la vida social tiene sus complicaciones. Los humanos sabemos bien las ventajas que puede llegar a tener el poder reconocer a alguien con el que ya habíamos interactuado y lo incómodo que puede resultar no poder hacerlo.

El reconocer a otros miembros de un grupo social tiene sus ventajas. En los primates –y en otros mamíferos sociales- la cooperación solo puede incrementarse cuando un par de individuos se reconocen y, por tanto, pueden tener una idea de cómo han sido las interacciones pasadas y los beneficios que han obtenido de ellas.

Según la hipótesis de la complejidad social, la sociabilidad podría haber constituido una importante presión selectiva en la evolución de capacidades cognitivas mayores. En apoyo a dicha hipótesis se ha encontrado que, en varios grupos animales, una mayor sociabilidad está relacionada con un tamaño cerebral mayor (hipótesis del cerebro social) y que en muchas especies sociales los individuos tienen habilidades cognitivas muy sofisticadas (como por ejemplo, la capacidad de clasificar de forma jerárquica).

Uno de los tipos de conocimiento social mejor documentados es el reconocimiento individual. Se ha visto que en algunos primates cercopitecos, como los monos vervet (Chlorocebus pygerythrus), los individuos responden a las vocalizaciones de alarma de solo algunos individuos quienes, presumiblemente, tienen más experiencia identificando depredadores y por lo tanto, son más confiables. También, se ha encontrado que existe reconocimiento individual en hormigas que tienen jerarquías de dominancia y que está ausente en especies donde no existen jerarquías.

Sin embargo, para entender bien los alcances de la hipótesis de la complejidad social es aún necesario contar con más información respecto a, por ejemplo, el tipo de información social con la que los animales sociales cuentan, cómo es que la utilizan y cuál es la variación dentro y entre especies. De hecho, de acuerdo con dicha hipótesis, si la vida social impone realmente un desafío sería posible encontrar diferencias incluso entre individuos de una misma especie y un mismo grupo social.

Recientemente, Thore J. Bergman de la Universidad de Michigan encontró que entre los machos gelada (Theropithecus gelada) la vida social efectivamente impone un desafío. Su estudio fue publicado en la revista Proceedings of the Royal Society:B. Lo que él encontró fue que, dentro de una manada, los machos solo podían reconocer a una proporción del resto de los machos ¿Qué significa esto?.

Grupo de gelada en Etiopía. Fotografía de BluesyPete tomada de Wikimedia Commons.

Bueno, pues los gelada son una especie de primates que viven en sociedades multinivel cuyo estrato principal son las “unidades de un macho”. Las unidades de un macho están compuestas por un macho líder, uno o más machos “seguidores”, varias hembras adultas y sus crías. En ocasiones es posible observar “equipos” constituidos por varias unidades de un macho. Se cree que estos equipos se forman cuando las unidades de un macho se dividen o fisionan.

Existen también “grupos de machos solteros” quienes eventualmente podrían establecer su propia unidad de un macho. Mientras lo anterior ocurre, merodean alrededor de las unidades de un macho, que es donde se encuentran las hembras. Por lo tanto, cuando algún soltero se acerca a las unidades de un macho, estos últimos se muestran agitados y vigilan con cuidado los pasos del macho soltero.

Varias unidades de un macho que comparten cierto espacio y que frecuentemente entran en contacto componen una “banda”. Cuando varias bandas se reúnen e interactúan en un mismo espacio forman una “manada”. Una manada puede congregar a varios cientos de individuos. Entonces, la organización social de los gelada se vería más o menos así:

Diagrama elaborado por Guillermina Echeverría-Lozano.

Lo que Bergman hizo para estudiar el reconocimiento individual en estos monos fue utilizar grabaciones de un tipo particular de gruñidos que son armónicamente ricos y con los que es posible identificar a los emisores de forma individual (grunts en inglés). Estos gruñidos fueron reproducidos a un macho líder (receptor) por medio de un reproductor de sonido escondido detrás de algún arbusto o roca a menos de siete metros de distancia. Los gruñidos reproducidos correspondían a los de otro macho líder (emisor). Es decir, lo que se hizo fue simular que un macho líder se estaba aproximando a otro macho líder, quien fue observado y cuyas reacciones fueron registradas por Bergman.

Entonces lo que el autor del estudio conjeturó fue que los machos responderían con mayor intensidad cuando el emisor de los gruñidos fuera desconocido, por ejemplo, mirando por mayor tiempo en dirección del aparato reproductor. Por otro lado, responderían de forma más débil cuando la grabación correspondiera a un macho al que conocieran, por ejemplo, mirando durante menos tiempo hacia la localización del reproductor o no demostrando ningún tipo de reacción.

Bergman también calculó el “nivel de sobrelape” que un par de machos tuviera. Es decir, el número de días que el macho receptor y el emisor hubieran estado presentes en un dormitorio en particular (zonas específicas donde el grupo pasa la noche) en relación con el número de días en que el receptor hubiera estado en dicho dormitorio.

El resultado fue que los machos solo fueron capaces de reconocer los gruñidos de otros machos cuando estos tenían un nivel de sobrelape máximo. En particular, solo reconocieron a otros machos de su unidad y probablemente a aquellos del mismo equipo. El reconocimiento no fue evidente más allá de la unidad.

Este sorprendente resultado contrasta con lo que se ha encontrado en otros grupos de primates, como los babuinos, donde los miembros de un grupo son capaces de reconocer a aquellos individuos con los que regularmente se encuentran. Bergman propone dos alternativas al respecto: o los machos gelada son incapaces de reconocer a los otros machos –es decir, hay un conocimiento social ausente- o bien, carecen de motivación para hacerlo.

Lo último bien podría ser el caso considerando que los machos gelada –a diferencia de los babuinos- no se encuentran en constante competencia entre ellos y carecen de relaciones de dominancia consistentes. Es decir, podrían tener la capacidad cognitiva para lograrlo, pero no tener la motivación necesaria o la presión social para hacerlo.

Uno de los aspectos más interesantes del estudio es el hecho de que si los gelada son incapaces de reconocer a más de 20 ó 30 individuos esto sugeriría que, en efecto, el llevar un registro de la información social puede ser cognitivamente demandante. Es decir, llevar un registro de quién es quién constituye un desafío en los individuos de especies sociales.

No obstante, es posible que otros individuos sí tengan la motivación para reconocer a otros miembros del grupo. Los machos solteros, por ejemplo, podrían beneficiarse si tuvieran un mayor conocimiento social respecto a los machos líder que pudieran desbancar, el número de hembras presentes en cada unidad, la condición física del macho líder e incluso la fortaleza de las relaciones sociales entre el macho líder y las hembras de su unidad. Actualmente Bergman se encuentra diseñando experimentos que le proporcionen información respecto al conocimiento social de los machos solteros.

Si lo anterior resultara cierto, sugeriría que los animales silvestres –como los gelada- serían capaces de optimizar su conocimiento social ignorando parte de la información disponible y concentrándose en aquella que les pudiera traer beneficios. Tendremos que esperar un poquito más para que Bergman –o algún otro investigador- nos cuente la siguiente parte de la historia.

En un plano más cercano, sería también interesante saber de qué tipo de información social llevamos registro los humanos, así como la motivación que tenemos para ello.

Artículo de referencia:
ResearchBlogging.org
Bergman, T. (2010). Experimental evidence for limited vocal recognition in a wild primate: implications for the social complexity hypothesis Proceedings of the Royal Society B: Biological Sciences DOI: 10.1098/rspb.2010.0580