Ciencia con espiral de limón

Science with a (lemon) twist
BLOG EN RECESO TEMPORAL

miércoles, 25 de agosto de 2010

Amigas: el secreto para vivir más en el mundo de los babuinos

Cualquiera que haya observado durante un par de horas a un grupo de babuinos habrá notado inmediatamente la burbujeante vida social que parecen llevar: mientras unos se acicalan, otros permanecen juntos o abrazados y otros más allá se alían con la víctima o el agresor de alguna trifulca. Cuando uno logra identificarlos individualmente y los observa durante más tiempo es posible comprobar que, en efecto, su vida es una telenovela: hay grupos o pares de amigas inseparables, el mejor amigo de uno se convierte de pronto en el acérrimo enemigo del otro y aquella hembra juvenil parece ser la mariposa social de la tropa.
Observar los pormenores de la vida social en un grupo de animales puede ser muy divertido para el observador casual, pero para los estudiosos de la conducta social de los primates observarlos puede ser, además de divertido, intrigante. Por ejemplo, no es completamente claro –para empezar- porqué existen lazos sociales bien definidos y consistentes en varias especies de animales sociales.
Existen dos hipótesis principales que tratan de explicar la vida en grupos: la primera, propone que la vida en grupos ayuda a que los miembros del grupo estén mejor protegidos de la depredación; la segunda, argumenta que es a través de la vida en grupos que sus integrantes incrementan el acceso a los recursos alimenticios y comparten la defensa y el conocimiento de las fuentes alimenticias.
Ninguna de ambas hipótesis, sin embargo, explica la existencia de lazos sociales en los integrantes del grupo. Es decir, los integrantes de un grupo social pueden –en banda- defenderse de los depredadores o defender mejor una fuente de alimento, pero ¿cuál es la necesidad de socializar tanto y establecer incluso lazos “amistosos” entre si?
Joan Silk, investigadora del Departamento de Antropología de la Universidad de California, ha dedicado buena parte de su vida académica a entender exactamente cómo, cuándo y para qué los primates establecen relaciones sociales. En la versión impresa de la revista Current Biology de este mes, ella y un grupo de ocho investigadores más publicaron un estudio que arroja luz sobre las consecuencias de las relaciones fuertes y consistentes entre un grupo de hembras de babuino chacma (Papio hamadryas ursinus).

El resultado principal del estudio de Joan y su equipo es muy interesante: las hembras que forman relaciones sociales fuertes y consistentes viven más; dichas hembras tienen incluso una longevidad mayor que las hembras dominantes del grupo. Esto último es particularmente sobresaliente puesto que significa que cualquier pérdida que una hembra pudiera tener -digamos, en términos reproductivos- debido a su bajo rango en la escala jerárquica puede ser compensado mediante una efervescente vida social.



Hembras de babuino chacma limpiándose y estrechando lazos a través del acicalamiento. 
Fotografía de Guillermina Echeverría-Lozano.



Para su estudio, los autores se valieron de información continuamente recopilada a lo largo de 16 años respecto a los acercamientos, vocalizaciones, conductas e interacciones afiliativas y agresivas entre las hembras de una tropa de babuinos chacma que habitan –y viven su telenovela local- en la reserva Moremi Game Reserve en el Delta del Okavango en Botswana.
Con dicha información, obtuvieron un índice compuesto de socialización que tomaba en cuenta las conductas antes mencionadas y que además arrojaba información sobre quiénes eran las tres compinches principales durante cada año de estudio. Adicionalmente, evaluaron cuál era la consistencia de dichas relaciones principales analizando los cambios en ellas a través de los años.
Según sus análisis, se encontró que las relaciones de las hembras variaban considerablemente en su fortaleza y en la consistencia de sus tres principales relaciones. Esta variación se relacionó con la longevidad de las hembras: aquellas que tenían relaciones más fuertes y consistentes con sus tres amigas principales vivieron significativamente por más tiempo que otras hembras.
Interesantemente, la mayoría de las veces que las hembras cambiaron de “mejores amigas” año con año no fue debido a que la amiga en cuestión hubiera muerto. Esto sugiere entonces que ciertas hembras tuvieron una motivación más fuerte o fueron más hábiles para mantener una relación (o varias) en particular. Considerando que aquellas hembras que mantuvieron cerca a sus mejores amigas fueron las que presentaron una longevidad mayor hace pensar a Joan y su equipo que la selección natural debió haber favorecido en los babuinos chacma – y muy probablemente en otros primates- mecanismos conductuales que favorecieran el establecimiento y la permanencia de lazos sociales duraderos.
El estudio de Joan y su equipo incrementa el cuerpo de evidencia que señala que las relaciones sociales tienen un valor adaptativo, y se suma a los estudios que lo sugieren en otros grupos. En cualquier disciplina científica es muy emocionante cuando varios estudios convergen señalando la importancia de una conducta en especial.
Tal ha sido el caso de los estudios que, recientemente, han recalcado la importancia de las relaciones sociales y su efecto en la longevidad en humanos y ahora en primates. Es incluso notorio, recalcan Joan y colaboradores, que tanto en humanos como en babuinos los lazos sociales parecen –entre otras cosas- amortiguar los efectos a corto plazo de las situaciones de estrés; lo cual sugiere que en ambos grupos pueden existir procesos homólogos al respecto.
Además, el estudio de Joan y su equipo, se ensambla perfectamente con un análisis previo llevado a cabo por la misma Joan Silk y otros colaboradores y que fue publicado hace siete años en la revista Science. En dicho estudio los autores encontraron que las hembras que tenían lazos sociales fuertes presentaban también un mayor número de crías sobrevivientes. Este resultado era también independiente del rango jeránquico de las hembras en cuestión.
La longevidad per se no se traduce en un mayor éxito reproductivo, pero es un innegable componente de la adecuación Darwiniana. Es decir, la longevidad no garantiza una adecuación mayor, pero vivir durante más tiempo sin duda incrementa la probabilidad de un reproducción exitosa. Por lo tanto, el estudio aquí descrito y el mencionado en el párrafo anterior sugieren la acción de la selección natural en el desarrollo y el mantenimiento de los lazos sociales cercanos.
Pero exactamente ¿cómo es que los lazos sociales incrementan la longevidad en los babuinos hembra? El estudio aquí descrito no responde a esta pregunta y, en realidad, no es una pregunta fácil de contestar. De hecho, tampoco es una pregunta fácil de contestar en estudios con humanos, aún cuando este tipo de sujetos de estudio pueden contestar cuestionarios. Tanto en primates como en especies de otros grupos, el número de factores involucrados se entremezclan de una forma difícil de desenmarañar. No obstante, es una pregunta que debe ser contestada.
Por último, hay otro punto primordial que este estudio resalta: la importancia de los estudios ecológicos y conductuales a largo plazo. Los estudios a largo plazo permiten contestar preguntas que no es posible contestar con estudios financiados por unos cuantos meses o años. Los datos a largo plazo del grupo de Joan, han permitido contestar interesantes preguntas respecto a la evolución de la sociabilidad y proporcionarán, sin duda, respuesta a muchas preguntas más.
Seguramente existe quien considere que el averiguar sobre los ires y venires de la vida social de un grupo de primates no puede ofrecer información meritoria. Nada más alejado de los alcances del quehacer científico -en general- y de la ciencia básica -en particular-: el estudio de Joan y su equipo contribuyó, entre otras cosas, con una invaluable pieza más al rompecabezas del entendimiento de nuestra propia naturaleza.
Artículos de referencia:
ResearchBlogging.org


Silk, J., Beehner, J., Bergman, T., Crockford, C., Engh, A., Moscovice, L., Wittig, R., Seyfarth, R., & Cheney, D. (2010). Strong and Consistent Social Bonds Enhance the Longevity of Female Baboons Current Biology, 20 (15), 1359-1361 DOI: 10.1016/j.cub.2010.05.067

Alberts, S. (2010). Primatology: “A Faithful Friend Is the Medicine of Life” Current Biology, 20 (15) DOI: 10.1016/j.cub.2010.06.012

Silk, J. (2003). Social Bonds of Female Baboons Enhance Infant Survival Science, 302 (5648), 1231-1234 DOI: 10.1126/science.1088580

domingo, 15 de agosto de 2010

Para mejorar tu salud procura mejorar tus relaciones sociales

A mediados de 1846, un grupo de 87 pioneros –entre familias e individuos solitarios- se dispusieron a llegar a California en una travesía desde el noreste de Utah. La historia de este grupo, llamado grupo “Donner” (Donner party), es ahora una leyenda norteamericana debido a las dificultades que enfrentaron.
Casi la mitad del grupo original murió antes de que fueran rescatados a mediados de 1847 en Sierra Nevada, donde habían permanecido por varias semanas debido a la densa nieve que les impidió continuar hacia su destino. La tragedia, la muerte e incluso el canibalismo marcaron la historia del grupo de pioneros norteamericanos.
Más allá de ser una peculiar pieza histórica, la historia del grupo Donner ha sido también analizada desde el punto de vista biológico. De hecho, la mortalidad diferencial observada en el grupo Donner puede ser explicada con lo que sabemos acerca de los factores que determinan los patrones de mortalidad en las sociedades humanas.
De particular interés, en esta ocasión, es el hecho de que aquellos individuos que contaban con una red social más grande fueron aquellos que sobrevivieron, o bien, que tardaron más tiempo en morir. Varios estudios han demostrado que la longevidad se relaciona positivamente con el tamaño de las redes sociales en las que un individuo está inmerso, pero todavía hay varios aspectos que no son completamente claros.
Recientemente, fue publicado en la revista PLoS Medicine un estudio llevado a cabo por Julianne Holt-Lunstad y Timothy B. Smith de la Brigham Young University y Bradley Layton de la University of North Carolina. En este estudio se realizó un meta-análisis –es decir, un análisis los resultados de varios estudios- respecto a la relación existente entre las relaciones sociales y la mortalidad. 
Según sus resultados aquellos individuos con relaciones sociales fuertes tienen 50% más probabilidad de sobrevivir que aquellos que tienen relaciones sociales débiles. La magnitud de lo anterior es comparable con los beneficios que proporciona el dejar de fumar.





Fotografía de Jasmin Hunter, tomada de Wikimedia Commons.
Julianne y su equipo analizaron 148 estudios que en total consideraban datos de 308,849 individuos. Los estudios existentes –en varias bases de datos bibliográficas- era mayor. Sin embargo, tuvieron que hacer una “limpieza” para lograr que aquellos incluidos en su análisis fueran relativamente comparables. Además, dichos estudios debían contener información que permitiera al equipo de Julianne responder varias preguntas.
Con el meta-análisis averiguaron cuál era la asociación entre las relaciones sociales y el riesgo de mortalidad, de qué manera la clasificación de las relaciones estudiadas permitía predecir o no los patrones de mortalidad, de qué manera las características de las poblaciones estudiadas influían en los patrones observados y si la mortalidad se veía afectada por las características de las relaciones sociales en un gradiente o no.
De manera conjunta, los 148 estudios considerados señalan que la forma en la que los individuos experimentaban sus relaciones sociales predecía consistentemente los patrones de mortalidad. Este resultado se mantuvo fuerte incluso considerando otros factores como la edad, género, estado de salud inicial, período de seguimiento y causa de muerte.
Un detalle metodológico interesante es que mientras más elaboradas o detalladas eran las evaluaciones de las relaciones sociales el efecto en la mortalidad era más fuerte. Es decir, evaluaciones como ¿vive solo? donde la respuesta era si o no predecían de forma mas débil los patrones de mortalidad. Esto tiene sentido si pensamos que una persona puede vivir sola pero tener una amplia y fuerte red social.
Relacionado con lo anterior, los autores sugieren que –de hecho- sus resultados pueden estar subestimando el impacto de las relaciones sociales en la salud debido a que la mayoría de los estudios considerados en su análisis tomaban en cuenta medidas simples para evaluar las relaciones sociales.
A diferencia del tabaco, del que se sabe bien cómo es que afecta nuestra salud, no es todavía claro de qué manera las relaciones sociales contribuyen a una mejor salud y por tanto a una menor mortalidad. Hay varios indicios, por ejemplo, formar parte de una red social puede proporcionar a los individuos inmersos en ella un sentido de pertenencia y fomentar el desarrollo de su autoestima. También se sabe que el apoyo social se relaciona con un mejor funcionamiento del sistema inmune.
Sin embargo, las relaciones sociales pueden tener efectos a nivel emocional, económico, conductual, cognitivo y biológico a través de diversas y entremezcladas vías. Los sobrevivientes del grupo Donner, por ejemplo, pudieron haber recibido beneficios de su grupo social o familiar a través de la cercanía, el contacto físico, apoyo material o emocional e incluso a través del mero intercambio verbal de sus pesares.
Julianne y su equipo señalan que es también importante definir la calidad de las relaciones sociales ya que muchos estudios asumen de entrada que todas las relaciones son positivas. Por ejemplo, el estado marital generalmente se usa como una medida de integración social. Sin embargo, recientemente se han incrementado el número de estudios en los que los resultados entre estudios divergen cuando se considera la calidad de las relaciones maritales.
¿Qué estudios son ahora necesarios? Según Julianne y su equipo es necesario llevar a cabo estudios que nos permitan entender de qué manera las relaciones sociales promueven la salud, también es necesario redefinir y refinar los modelos conceptuales y desarrollar modelos de prevención e intervención que explícitamente tomen en cuenta las relaciones sociales.
Este último punto es particularmente importante ya que, al parecer, es necesario darle mayor peso a las relaciones sociales para incrementar la efectividad de las políticas públicas de salud y el tratamiento de enfermedades y padecimientos. Los médicos, educadores, profesionales de la salud, la población en general y los medios enfatizan los riesgos que el fumar, una mala dieta y la falta de ejercicio tienen sobre nuestra salud. A esta lista debieran añadirse las relaciones sociales pobres o insuficientes.
En resumen, los mensajes de las cajetillas de cigarros tal vez debieran decir: “Dejar de fumar y cultivar relaciones sociales positivas reducen importantes riesgos para la salud”.
 
Artículos de referencia:

ResearchBlogging.org



Holt-Lunstad, J., Smith, T., & Layton, J. (2010). Social Relationships and Mortality Risk: A Meta-analytic Review PLoS Medicine, 7 (7) DOI: 10.1371/journal.pmed.1000316


Grayson, D. (1993). Differential mortality and the Donner Party disaster Evolutionary Anthropology: Issues, News, and Reviews, 2 (5), 151-159 DOI: 10.1002/evan.1360020502

viernes, 13 de agosto de 2010

Arroz con chile poblano y tamarindo

2 chiles poblanos grandes
1 taza de arroz
3/4 de taza de concentrado líquido de tamarindo sin azúcar
1 1/4 tazas de agua
Sal o consomé en polvo al gusto

Freír el arroz crudo en un poquito de aceite, cuando esté bien frito (sin estar dorado) se agrega 1 taza y 1/4 de agua y el concentrado de tamarindo.

Se cuece a fuego lento durante 15 minutos y se agregan los chiles poblanos picados en cuadritos. Si se prefiere, los chiles poblanos se pueden asar, despellejar y entonces picar. 
En este momento se puede agregar también un puñito de arándanos en pasitas para darle un giro al sabor del arroz.

Se tapa y se esperan unos 5 minutos más a que el agua se consuma.

Se apaga y se deja reposar el arroz por lo menos 5 minutos antes de servirlo.


Fotografía de Guillermina Echeverría-Lozano

jueves, 5 de agosto de 2010

Casarse puede ser muy buena idea

En numerosas especies de aves y mamíferos, donde las crías requieren de cuidados por períodos prolongados de tiempo, la formación de parejas estables parece ser indispensable para la crianza exitosa. Los humanos pertenecemos a este tipo de especies.
Las crías humanas son particularmente costosas por dos razones principales. Primero, los cerebros inusualmente grandes que nos caracterizan requieren bastantes recursos para su crecimiento y mantenimiento. Segundo, se cree que el tamaño de nuestro cerebro ha sido además un factor determinante para que evolucionara un prolongado período juvenil en nuestra especie. 


Entonces, una reproducción exitosa requiere de una inversión de recursos considerable –en términos de comida, vivienda y otras costosas formas de cuidado- durante un tiempo prolongado. Cualquiera que tenga hijos puede dar fe de esta afirmación.
La vulnerabilidad de las crías humanas implica entonces que el establecimiento de una relación de pareja estable sea un factor determinante para que exista una reproducción exitosa, es decir, para que las crías sobrevivan hasta la edad reproductiva. El establecimiento de parejas estables –como el matrimonio- es probablemente no solo una característica de las sociedades contemporáneas, si no una parte integral de la evolución humana. El estado marital, sin embargo, es rara vez considerado en los estudios que evalúan la fecundidad en poblaciones humanas.
En un estudio dirigido por Virpi Lummaa de la Universidad de Sheffield, Inglaterra, se consideró precisamente la influencia del estatus marital en la fecundidad femenina en una población finlandesa histórica. Aunado a lo anterior, los autores desarrollaron un modelo para evaluar cuál sería la intensidad de la selección natural en la fecundidad femenina por categorías de edad. El estudio fue publicado este mes en la revista The American Naturalist.

Familia de granjeros finlandeses, tomada de Wikimedia Commons.


Para su estudio, los autores utilizaron datos históricos (1732-1893) provenientes de cuatro parroquias finlandesas (Hiitinen, Ikaalinen, Kustavi y Rymättylä). En la Finlandia del siglo antepasado la ley obligaba a los clérigos a mantener meticulosos registros de los individuos que asistían a la parroquia. Estos registros, por lo tanto, contienen información exacta respecto a la edad en la que los pobladores nacieron, contrajeron matrimonio, murieron, propiedades con las que contaban (como terrenos), profesión (de los hombres), número de hijos y matrimonios sucesivos.
En aquel entonces, por aquellos lugares, el divorcio era virtualmente imposible y los matrimonios sucesivos eran únicamente posibles cuando el cónyuge previo hubiera fallecido; se cree que los matrimonios en la población estudiada practicaban una poco usual monogamia. Considerando los avances médicos y las opciones de anticoncepción (no) disponibles, los autores asumen que la población finlandesa estudiada experimentaba condiciones naturales de mortalidad y fertilidad.
En la población bajo estudio las mujeres se casaron en promedio a los 27 años. Aunque si el marido tenía tierras el promedio bajaba a los 24.4 años. La diferencia de edad entre cónyuges fue mayor cuando él poseía tierras. Es decir, las mujeres se casaron más jóvenes cuando sus esposos tenían un estatus socioeconómico alto, pero se casaron con hombres relativamente más grandes.








El hecho de que los hombres mayores con estatus socioeconómico alto se casaran con mujeres jóvenes no es una novedad, ya que otros estudios en otras sociedades han encontrado lo mismo. En términos generales se puede decir que los riesgos asociados a casarse con maridos de mayor edad (como el riesgo de enviudar) parecen no ser tan graves cuando se toman en cuenta los potenciales beneficios de casarse con un hombre de estatus socioeconómico alto.
Las mujeres que se quedaron viudas muy jóvenes casi siempre se volvieron a casar, particularmente si sus fallecidos esposos habían sido terratenientes. La probabilidad de volver a casarse disminuyó un 50% cuando ellas tuvieron más de 35 años.
El éxito reproductivo –medido en el número de hijos que sobrevivieron a los 15 años- fue en promedio de 3.1. Las mujeres que se casaron jóvenes tuvieron un éxito reproductivo mayor, particularmente aquellas con maridos con tierras.
Aquellas mujeres que enviudaron jóvenes, y se volvieron a casar, tuvieron un éxito reproductivo mayor que aquellas que enviudaron a mayor edad y se volvieron a casar. La mayoría de las viudas que no se volvieron a casar tenían más de 35 años.
Interesantemente, después de los 35 años las mujeres que seguían casadas tuvieron un éxito reproductivo mayor que aquellas que se casaron una segunda vez. Esto puede deberse –Virpi y su equipo arguyen- a que en el primer caso ambos cónyuges sobrevivieron para criar a sus hijos hasta los 15 años o bien, porque en este subgrupo de parejas se encontraban aquellos individuos que eran más capaces de criar a sus hijos exitosamente y –al mismo tiempo- sobrevivir a mayor edad.
Otros estudios en poblaciones humanas coinciden con el de Virpi en que el pico de la fecundidad de las mujeres se alcanza a los 20 años. Después de dicha edad la fecundidad disminuye y por lo tanto, cualquier variante genética que pudiera afectar la fecundidad actuaría de forma más intensa. Sin embargo, según el modelo de Virpi y sus colaboradores, cuando se tomaba en cuenta el estatus marital el pico de fecundidad podía “extenderse” hasta los 30 años cuando las féminas en cuestión estaban casadas.
En consecuencia, en la población humana preindustrial bajo estudio, la fecundidad de las mujeres no dependía exclusivamente de que se encontraran en edad reproductiva, si no de contar o no con una pareja.
Aunque pudiera parecer obvio, es importante resaltar que los resultados del estudio de Virpi y su equipo son una ventana –entre tantas otras- al entendimiento de los factores que determinan el éxito reproductivo en nuestra especie. La inmensa variedad cultural, social y los diversos ambientes en los que los humanos nos desenvolvemos hacen que los alcances de los estudios sobre selección natural sean muy limitados y a menudo tan específicos como los grupos estudiados. Parece ser siempre más fácil estudiar este tipo de temas en otros animales; o por lo menos eso nos gusta creer a los biólogos.
Con su estudio, sin embargo, Virpi y su equipo refuerzan la idea –ya sugerida con anterioridad- de que el establecimiento de parejas estables en las sociedades humanas es una parte integral de la evolución humana por ser un factor determinante para el éxito reproductivo. Si nos atenemos entonces a los beneficios que el matrimonio puede acarrear -por lo menos en términos de éxito reproductivo- podemos decir que bajo ciertas condiciones casarse puede ser muy buena idea.


ResearchBlogging.org


Artículo de referencia:

Gillespie, D., Lahdenperä, M., Russell, A., & Lummaa, V. (2010). Pair‐Bonding Modifies the Age‐Specific Intensities of Natural Selection on Human Female Fecundity The American Naturalist, 176 (2), 159-169 DOI: 10.1086/653668