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domingo, 25 de diciembre de 2011

Los bigotes pudieron haber sido clave en el éxito de los primeros mamíferos

Como bien lo sabía Dalí: los bigotes son un atributo fascinante. En algunos mamíferos dicho atributo es mucho más interesante que en los humanos. Los roedores, como la rata y el ratón, tienen la habilidad de controlar cada uno de sus bigotes (también llamados vibrisas) por separado y pueden moverlos hacia delante y hacia atrás a placer. Esta conducta, que podemos llamarla “bigoteo” (whisking) puede repetirse varias veces por segundo. Las ratas y los ratones pueden hacerlo a frecuencias altísimas (por arriba de los 20 Hz). 
Los bigotes son fascinantes. Fotografía de Roger Higgins tomada de Wikipedia.
Se ha visto que en los roedores los bigotes funcionan como órganos táctiles especializados ya que pueden moverlos de forma independiente de lado a lado logrando que, por ejemplo, la dirección de los bigotes corresponda con la dirección de movimiento del roedor en cuestión. También, cuando exploran un objeto o zona desconocida pueden controlar el movimiento de sus bigotes de manera que el contacto se logre mediante un toque muy suave.
A pesar de que los bigotes movibles están presentes en varias especies de mamíferos no es claro si el bigoteo controlado está presente o no en otras especies. Muchos carnívoros -principalmente los acuáticos, semiacuáticos y nocturnos- tienen largos bigotes, pero no parecen dominar el bigoteo controlado, lo cual sugiere que dicha conducta podría no ser indispensable para la captura de presas. Algunos estudios sugieren que el bigoteo controlado podría estar presente en los marsupiales, lo cual sugiere que dicha conducta podría ya haber estado presente en el ancestro común de los mamíferos marsupiales y los placentarios. Sin embargo, no había hasta hace poco ningún estudio que demostrara que el bigoteo activo y controlado estuviera presente en los marsupiales.
Para salir de dudas, un equipo liderado por Tony Prescott de la Universidad de Sheffield, en el Reino Unido, decidió comparar el bigoteo en dos especies de roedores (Mus musculus y Rattus norvegicus) y un marsupial (Monodelphis domestica). Para ello analizaron videos de la conducta de dichos animalillos utilizando el BIOTACT Whisker Tracking Tool. Dicha herramienta que involucra la toma de video les permitió rastrear de forma automatizada y detallada el movimiento de las vibrisas. Según sus resultados, el marsupial estudiado y muy probablemente otras especies de marsupiales, son capaces de un bigoteo controlado.
Las fotos del ratón, la zarigüeya gris de cola corta y la rata fueron tomadas de Wikimedia Commons.
Lo anterior es interesante no solo porque nos hablaría de la presencia de dicho tipo de bigoteo desde los tiempos remotos y ancestrales de los mamíferos, si no porque los marsupiales podrían ser capaces del bigoteo controlado aun sin contar con las estructuras cerebrales que parecen facilitar dicha conducta en los roedores.
Se ha sugerido que el cuerpo calloso –del que carece Monodelphis domestica- participa de manera importante en el bigoteo en los roedores. Por lo tanto, son deseables más estudios sobre la anatomía y neurofisiología del bigoteo en los marsupiales, para que podamos saber más acerca de la forma en que los mamíferos primitivos utilizan y han utilizado sus vibrisas para explorar el mundo, así como la forma en que dicha conducta contribuyó al éxito de los primeros mamíferos.
A manera de chisme de despedida, cabe mencionar que todos los mamíferos -tanto marsupiales como placentarios- tienen pelos táctiles en algún momento de sus vidas, excepto los humanos. Sin embargo, recientemente se encontraron músculos vestigiales de vibrisas en los labios superiores humanos. Dalí hubiera estado encantado de saberlo.
Artículo de referencia:

ResearchBlogging.org
Mitchinson, B., Grant, R., Arkley, K., Rankov, V., Perkon, I., & Prescott, T. (2011). Active vibrissal sensing in rodents and marsupials Philosophical Transactions of the Royal Society B: Biological Sciences, 366 (1581), 3037-3048 DOI: 10.1098/rstb.2011.0156

domingo, 18 de diciembre de 2011

Helado de maracuyá con licor de naranja


10 maracuyás
½ taza de azúcar
2 tazas de azúcar glass
8 yemas de huevo
¼ de cucharadita de sal
1 lata de leche evaporada
500 ml de crema para batir
60 ml de licor de naranja
Fotografía de Guillermina.
Bata –a mano, con batidora o licuadora- las yemas de los huevos, 1 taza de azúcar y la sal hasta que se incorporen bien los ingredientes. Separe.
Caliente la leche evaporada hasta que este a punto de hervir.
Lentamente añada la leche caliente a la mezcla de yemas de huevos sin dejar de batir hasta que se incorpore. Ponga la mezcla en una cazuela y caliente a fuego muy bajo.
Revuelva constantemente hasta que la mezcla agarre la consistencia de una natilla y retire del fuego. No sobre caliente para que los huevos no se cuezan de más y se quede con una mezcla de huevos revueltos con leche. Separe y espere a que la mezcla se enfríe por completo.
Bata la crema para batir con el resto del azúcar y separe.
Saque la pulpa de los maracuyás, licue con ½ taza de agua y cuele.
Añada la crema y la mezcla de maracuyá a la mezcla de huevos muy lentamente y sin dejar de batir para que todo se incorpore bien y no queden grumos.
Ponga la mezcla resultante en su máquina de helados o siga una receta artesanal para hacer helados (Ver receta aquí).
Sirva y, si quiere, vierta un chorrito de licor de naranja encima de la bola de helado.

jueves, 15 de diciembre de 2011

“Leer la mente”: las aventuras de un filólogo en las ciencias cognitivas

En esta ocasión el blog de la espiral de limón da un giro diferente para comentar el nuevo libro de Jorge Volpi: “Leer la mente” publicado por Alfaguara. En dicho libro, el autor nos presenta un ensayo científico-literario sobre la relación entre el cerebro y el arte de la ficción. El libro es una interesante primera aproximación a un tema que bien vale la pena seguir explorando, donde encontramos propuestas acertadas así como recursos literarios entremezclados en el texto con gracia. Sin embargo, el tema es escabroso y era difícil salir airado.
 
Para explicar “cómo funciona nuestro cerebro a la hora de crear y apreciar ficciones literarias” Jorge esboza algunos de los conocimientos actuales sobre conciencia, memoria, inteligencia y percepción a lo largo de varios capítulos, durante los cuales es recurrente el tema de los memes y las neuronas espejo.
La idea de los memes es tal vez demasiado recurrente en su libro. Lo anterior lo digo no solo porque no me creo completo el cuento (¿o la ficción?) de los memes, si no porque al ignorar otras propuestas del área de la evolución cultural el texto mismo pierde la oportunidad de contar con una riqueza mayor.
En “Leer la mente” hay también una inclinación muy marcada a atribuir muchas de las virtudes de nuestro cerebro a las neuronas espejo. Lo cual no es una propuesta necesariamente errónea, pero que si requiere de una fundamentación más amplia para lograr que sus propuestas al respecto sean transmitidas con mayor claridad. Por otro lado, las neuronas espejo son no solo un tema relativamente reciente y de moda en las ciencias cognitivas, si no también (o quizá en consecuencia) un tema sujeto a amplios debates y discusiones (ver una excelente muestra al respecto aquí).
Lo que Jorge llama ficción merece sin duda un análisis detallado y cuidadoso, por lo que cualquier intento de entender la mente y, en este caso, cómo las diversas formas de arte son interpretadas e (incluso) disfrutadas es sin duda deseable y esperado.
En el capítulo tres, que aborda temas relativos a la conciencia, la inteligencia y la percepción, Jorge nos comparte un sabroso resumen sobre algunos aspectos de dichos temas aunque, para mi gusto, se queda corto al ligarlos con la ficción.
En el capítulo cuatro, sobre la memoria, Jorge concluye acertadamente que la ficción se nutre de la memoria y las experiencias de los autores y en consecuencia la literatura se transforma en un “testimonio inigualable de nuestro paso por la Tierra” y es un “prodigioso sustento de la memoria”. Ya otros autores han señalado la importancia de las historias (storytelling) en la evolución de procesos culturales.
Sin embargo, hay tres temas fundamentales en el entendimiento de la ficción que fueron prácticamente ignorados en la propuesta: el lenguaje, la cultura y la teoría de la mente. Roza apenas dichos temas y su importancia cuando, por ejemplo, afirma que “nosotros hemos perfeccionado una habilidad sin igual para imitarnos y “leer” las mentes de nuestros congéneres (teoría de la mente). Y, por encima de todo, el Homo sapiens desarrolló la imaginación simbólica (representación simbólica, en realidad, posible en parte gracias al lenguaje) – y con ello trastocó para siempre su propia estructura cerebral”.
En el capítulo cinco, sin embargo, Jorge parece reducir el lenguaje a la mera imitación de sonidos y de los movimientos de los labios y la boca, o al producto de las neuronas espejo; cuando el lenguaje es un rico e impresionante producto evolutivo (ver por ejemplo “The symbolic species” de Terrence Deacon).
La incorporación del tema del lenguaje, la teoría de la mente y la cultura eran indispensables para entrelazar ciencia y literatura (como sugiere la contraportada) e incluso para sustentar una brillante metáfora que Jorge nos comparte: “el yo es una novela que escribimos, muy lentamente, en colaboración con los demás”. También hubiera sido deseable que nos contara un poco acerca de nuestro tremendo lóbulo frontal, seguro que en él radican muchos secretos respecto a nuestro gusto por la ficción.
Otro asunto que me causó comezón al leer el libro es la propuesta de que “la ficción literaria debe ser considerada una adaptación evolutiva que, animada por un juego cooperativo, nos permite evaluar nuestra conducta en situaciones futuras, conservar la memoria individual y colectiva, comprender y ordenar los hechos a través de secuencias narrativas y, en ultima instancia, introducirnos en las vidas de los otros, anticipar sus reacciones y descifrar su voluntad y sus deseos”. Causa comezón porque, desde el punto de vista de una bióloga, confunde la gimnasia con la magnesia y considera como adaptación un fenómeno que es el resultado –de una forma poco clara todavía- de otros fenómenos que sí pueden ser considerados como adaptaciones: el lenguaje, la teoría de la mente, y algunos aspectos de la cultura que además son (hasta donde hemos podido comprobar) características exclusivamente humanas.
Por otro lado, algunos procesos biológicos básicos y comunes a muchas especies –incluso de invertebrados- son presentados como peculiaridades del cerebro humano, lo cual es un desafortunado error. Algunos conceptos biológicos y cognitivos no están adecuadamente aplicados y/o descritos; un biólogo editor era indispensable para darle una pulida al ensayo. Sin embargo, si el ensayo fue escrito para colocarse en el estante de la ficción o la ciencia ficción, no he dicho nada.
Como bióloga interesada en los temas cognitivos me hubiera gustado un ensayo más amplio ya que la exposición de propuestas quedó corta en los temas fundamentales, sobre los cuales además sabemos poco y siguen en constante debate. Es decir, el tema daba para descoserse y filosofar a placer planteando propuestas arriesgadas, eso si, con su debido fundamento.
En relación con el párrafo anterior, el discurso a veces demasiado afirmativo de Jorge contrasta con aquel propio de la ciencia, sobre todo el de las ciencias cognitivas donde los hallazgos no son (en muchos casos) hechos irrefutables, sino sugerencias, meras propuestas que son puestas sobre la mesa.
Lo aquí expresado no quita que el libro de Jorge también tenga partes claras y bien expuestas con anécdotas entretenidas y datos interesantes. De particular interés son el primero, el segundo y el último capítulo. En el primero su recreación de (un probable) origen de la ficción en un Homo cavernario es muy divertida, en el segundo capítulo su exposición sobre algunas de las ideas de Hofstadter es agradable y clara, y en el último capítulo Jorge comparte las motivaciones y razones por las que escribe, lo cual es muy ilustrativo.
Por último, es loable la propuesta de Jorge de señalarnos el lado humano y enriquecedor de nuestra afición por la ficción literaria, y termino esta entrada con un bonito fragmento al respecto: “…en las novelas y en los relatos (y en los poemas) se cifra una de las mayores conquistas de nuestra especie: la posibilidad de experimentar en carne propia, sin ningún límite, todas las variedades de la experiencia humana. La libertad de la ficción es siempre la medida de nuestra libertad individual”. En ese sentido, la ficción, sin duda, nos ayuda a ser humanos.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Las vísceras y el costo de un cerebro grande


El cerebro es un órgano que consume bastante energía, por lo que aquellas especies o grupos animales que han evolucionado un cerebro grande han tenido que pagar un precio energético. Dado que los humanos tenemos cerebros tres veces más grandes que nuestros parientes genéticos más cercanos (los chimpancés) mucho se ha discutido acerca de la forma en la que los humanos han costeado el tener un cerebro grande; principalmente en el sentido de que no es posible incrementar los costos energéticos de un órgano sin que se disminuyan los de otro órgano.
Según la hipótesis del tejido costoso las especies del género Homo, a lo largo de su evolución, comprometieron el tamaño de su aparato digestivo para costear el aumento en el tamaño de sus cerebros. Es decir, si mediante otros procesos las especies de dicho grupo lograron reducir los costos energéticos de la digestión esto pudo permitirles evolucionar un cerebro grande. Como ya hemos comentado en este blog, tener una dieta más rica en carne y alimentos cocinados pudo haber sido el cambio que permitió a los homínidos reducir los costos digestivos.
Sin embargo, a pesar de ser una hipótesis bastante aceptada en el medio antropológico, hasta hace poco no se había puesto a prueba dicha hipótesis. Para remediar la existencia de dicho hueco, Ana Navarrete llevó a cabo su tesis doctoral alrededor de dicho tema. Para ello, analizó la relación entre el tamaño de varias vísceras (corazón, pulmones, estómago, intestinos, riñones e hígado) con el del cerebro en una muestra de 100 especies de mamíferos, incluyendo 23 especies de primates.
En su análisis, ella y otros dos colaboradores, eliminaron los posibles efectos del tamaño de cuerpo; pero dado que el tamaño del cuerpo puede verse afectado por la cantidad de tejido adiposo utilizaron la masa corporal sin grasa para su análisis.
El cerebro humano. Imagen tomada de Wikimedia Commons.
 
Contrario a lo esperado, Ana y su equipo no encontraron una correlación negativa entre el tamaño del cerebro y el del tracto digestivo, y tampoco entre el cerebro y ningún otro órgano. Sin embargo, un resultado merece mención: si hubo una correlación negativa entre el tamaño del cerebro y el tamaño de las reservas de grasa en los mamíferos considerados, con excepción de los primates.
Esto es interesante porque además de las reservas de tejido adiposo, se ha propuesto que los cerebros grandes pueden servir como “amortiguadores” en tiempos de estrés alimenticio. De alguna manera, los cerebros grandes podrían ser una estrategia complementaria a las reservas de tejido adiposo para enfrentar los tiempos de vacas flacas.
Por otro lado, y como el lector suspicaz ya habrá pensado, hay otro camino obvio para costear los cerebros grandes: comer más, y eso parece ser lo que ocurrió en la historia evolutiva humana. Los requerimientos energéticos parecen haber sido satisfechos mediante un incremento en el consumo de carne y alimentos cocinados.
Pero también, es posible que otras conductas hayan hecho que la energía obtenida en la forma de chuletas de bisonte haya sido mejor aprovechada. Los autores apoyan la idea de que el compartir alimentos y cooperar en la crianza pudieron haber contribuido a disminuir el tiempo y la energía empleada en dichas actividades, permitiendo entonces que las condiciones para un incremento del tamaño cerebral fueran más propicias.
Lo anterior, aunado al bipedalismo, que se ha propuesto como una forma energéticamente más eficiente de locomoción comparado con la locomoción cuadrúpeda y el andar meceándose por las ramas, pudo también haber contribuido a crear las condiciones propicias para la evolución de los grandes cerebros presentes en el genero Homo.
Entonces, parece que no fue una reducción en el tamaño del tracto digestivo lo que contribuyó a un incremento en el tamaño cerebral, sino las mejoras en la dieta, la cooperación en la crianza y los cambios en la locomoción.
Artículo de referencia:

ResearchBlogging.org
Navarrete, A., van Schaik, C., & Isler, K. (2011). Energetics and the evolution of human brain size Nature, 480 (7375), 91-93 DOI: 10.1038/nature10629

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Chorizo con manzanas y pimientos


½ kilo de chorizo
½ kilo de manzanas
1 cebolla mediana
3 pimientos grandes





Fría el chorizo en su propia grasa. Una vez que suelte su grasa añada la cebolla rebanada en gajos.

Una vez que el chorizo esté bien doradito añada las manzanas rebanadas en gajos y sal al gusto.
Cuando las manzanas comiencen a deshacerse en el guiso añada los pimientos partidos en cubos y fría unos 10 minutos más para que se cuezan los pimientos sin deshacerse.

Hágase un taco y disfrute al máximo.

viernes, 25 de noviembre de 2011

La ciencia detrás de “Crimen y castigo”


Crimen y castigo”, de Fiodor Dostoievski, es una de las novelas más aclamadas en la historia de la literatura universal. Algunos autores sugieren que dicha obra ha servido de inspiración en la creación de otras obras literarias, algunas igualmente famosas. Es posible que parte de la razón por la que algunas obras literarias nos llamen más la atención sea porque lidian –magistralmente- con dilemas sociales fundamentales.
Los conflictos de interés dentro de una comunidad son a menudo debidos al nivel de cooperación de los miembros de dicha comunidad; en algunos casos la falta de cooperación puede desembocar en un castigo ya sea en mayor o en menor medida. En consecuencia, los individuos podrían verse involucrados en una dinámica en el que uno busca información respecto al nivel de cooperación de otro mientras que este otro esconde dicha información.
El mejor medio para obtener información respecto a la conducta de alguien es, por supuesto, la observación directa. El chisme puede funcionar bastante bien, pero no hay como observar al egoísta con las manos en la masa. De hecho, en estudios recientes sobre cooperación en humanos se han incrementado los análisis en los que se toma en cuenta la interacción entre las variables “observar” y “ser observado”.
Recientemente, Bettina Rockenbach y Manfred Milinski del Instituto Max Planck en Alemania, montaron un experimento sobre cooperación en el que tomaron en cuenta varios ingredientes presentes en las interacciones sociales reales.
Para su estudio, utilizaron un “juego de bienes públicos” (public goods game) que es un experimento muy socorrido en estudios económicos. En dicho juego los participantes tienen una cantidad inicial de fichas (que equivalen a recursos) y en cada ronda deciden -de forma generalmente secreta- con cuántas fichas contribuir a un concentrado grupal de fichas. Este concentrado puede después ser multiplicado y luego repartido de forma equitativa entre los miembros del grupo. En una variante del juego los que contribuyen poco al bien común pueden ser “castigados”, por ejemplo, dándoles menos que al resto en la repartición final de bienes.
Jugadores de cartas. Pintura original de Theodoor Rombouts. Imagen tomada de Wikimedia Commons.
En el experimento de Bettina y Manfred los participantes podían tener dos roles: el de jugador y el de observador. En la primera ronda los observadores analizaban las estrategias de los jugadores y, en la segunda ronda, se integraban como jugadores después de haber escogido a los jugadores. Para dicha decisión tomaban en cuenta lo observado durante la primera ronda.
Los jugadores podían “pagar” para ocultar su contribución de los observadores, así como los castigos que sugerían para otros individuos. Los observadores también podían pagar por ocultar su papel de observadores. Dado que el objetivo del juego era maximizar el beneficio final, los observadores deberían estar interesados en seleccionar a aquellos jugadores que contribuyeran con más fichas al concentrado común.
Hubo una tendencia a que los jugadores ocultaran los castigos severos y sus contribuciones cuando eran bajas, pero exhibieran sus contribuciones altas. Los observadores tendieron a seleccionar a los jugadores que hicieron contribuciones altas, pero también a pagar por no ser vistos cuando observaban las contribuciones de dichos jugadores. Es decir, los observadores dirigían sus observaciones ocultas a los contribuidores generosos; como para cerciorarse de la frecuencia de sus contribuciones altas.
Como era de esperarse, la probabilidad de que un observador escogiera a un jugador dependió de la contribución de éste último al concentrado común. También, los castigos fueron dirigidos a aquellos jugadores que se caracterizaron por su tacañería. En otras palabras, los castigos fueron usados principalmente para “disciplinar” a los egoístas. Es interesante, sin embargo, que el uso de castigos no influyó en la selección de jugadores. Es decir, las actividades relacionadas con la aplicación de castigos no fueron decisivas para ser seleccionados en rondas posteriores.
Los resultados que desconcertaron a los autores fueron precisamente estos últimos: los relacionados con el castigo, ya que mientras los jugadores prefirieron ocultar cuando castigaban a otros jugadores de forma severa, los observadores parecieron no tomar en cuenta el nivel de los castigos en la selección de compañeros de juego.
En experimentos semejantes los castigadores podían incluso adquirir una buena reputación, lo que podía deberse a que los castigos, y/o la exhortación a cooperar lograda mediante los mismos, beneficiaban al bien común. Por lo que el hecho de que los castigadores fueran ignorados en el formato del estudio de Bettina y Manfred sugiere que los castigos y la reputación de los castigadores pueden ser percibidos de forma diferente dependiendo de las diferencias –incluso sutiles- entre los contextos sociales considerados.
No debemos olvidar que ya en “Crimen y castigo” Dostoievski, a través de sus personajes y la historia, hacía notar las diferencias en la percepción social de aquellos que merecían un castigo. Desde el punto de vista científico, estas diferencias de percepción señalan una dinámica bastante sofisticada en materia de cooperación y castigo.
Artículo de referencia:
ResearchBlogging.org
Rockenbach, B., & Milinski, M. (2011). To qualify as a social partner, humans hide severe punishment, although their observed cooperativeness is decisive Proceedings of the National Academy of Sciences, 108 (45), 18307-18312 DOI: 10.1073/pnas.1108996108

martes, 15 de noviembre de 2011

El potencial de los blogs en la comunicación de la ciencia


Internet es el campo de batalla de las revoluciones y donde se lidian acaloradas discusiones en torno a temas científicos. En particular, hay en la red una herramienta muy poderosa que ha revolucionado y donde ha recientemente evolucionado una rama de la comunicación de la ciencia: los blogs.
Los blogs (que viene de la unión de web y log) o bitácoras son sitios web donde las publicaciones son presentadas de forma cronológica. Existen varias plataformas gratuitas para ello, entre las más comunes podemos mencionar: Blogger, Wordpress, Typepad, LiveJournal y Tumblr. La diversidad de temas en los blogs es casi tan grande como el número de personas que en ellos escriben: cualquier tema y formato es posible. A más o menos de 20 años desde que los blogs fueron creados, hoy en día constituyen una importante forma de comunicación donde cualquiera puede decir lo que se le antoje, para bien o para mal. 
Entre los países angloparlantes podríamos decir que Estados Unidos encabeza la lista con la comunidad de blogueros de ciencia más fuerte, diversa y extendida. De hecho, Estados Unidos encabeza la lista mundial. La comunidad es tan fuerte y está tan bien informada que representa incluso una amenaza para los periodistas de ciencia. La información en los blogs de ciencia es compartida por escritores que además no cobran un solo dólar por hacerlo.
Los blogs de ciencia en dicho país han contribuido de forma poderosa a la comunicación y discusión de la ciencia. Por ejemplo, fueron una pieza clave en la discusión que rodeó a la tan sonada noticia respecto a las bacterias que utilizaban arsénico de Felisa Wolfe-Simon y colaboradores y que fue lanzada y utilizada por la NASA en una campaña relacionada con las posibilidades de encontrar vida fuera del planeta Tierra.
Bora Zivkovic quien ha sido autor de uno de los blogs de ciencia más taquilleros (A blog around the clock) y quien lanzó y es el editor de los blogs de ciencia de Scientific American opina que la regla número uno en la blogósfera es que nunca debes decir a un bloguero qué escribir. Según él, proporcionando soberanía e independencia tanto a escritores como científicos es la forma en la que es posible atraer blogueros interesantes con voz propia a los espacios proporcionados para tal efecto en medios electrónicos o redes de blogs de ciencia.
Sin embargo, la comunicación de la ciencia a través de blogs tiene sus ventajas y sus desventajas. Una ventaja es la mencionada en el párrafo anterior: los blogs pueden servir como un trampolín para escritores talentosos y bien informados ya sea que éstos sean científicos, escritores o periodistas científicos, e incluso amateurs. En ausencia de un editor los blogueros son tan libres como su creatividad les permita. Esta sin embargo, podría ser también una desventaja. Es por todos sabido que la proliferación de información sin filtros ni sentido es una de las incertidumbres que acechan a los que buscamos información en Internet.
Otra ventaja es que los comunicadores de ciencia pueden escoger la forma de comunicación que mejor les acomode. Es decir, los blogs pueden ser espacios para discutir y compartir información científica reciente, discutir temas con colegas, compartir fotografías, encender discusiones sobre el papel de la ciencia en la sociedad, aclarar malentendidos sobre temas científicos, combatir a grupos creacionistas y compartir opiniones sobre decisiones políticas respecto a programas nacionales de ciencia, solo por mencionar algunas opciones.
Por la inmediatez y las opciones de diálogo con los autores, los blogs de ciencia son también espacios donde el público puede interactuar con los autores y, por lo tanto, constituyen una forma en la que la ciencia puede volverse más cercana a la sociedad. En Estados Unidos, los blogs de ciencia están siendo considerados como una forma aceptable en la que los científicos llevan a cabo el enlace con la sociedad que las fuentes de financiamiento públicas a menudo les solicitan.
Los blogs de ciencia son también espacios de entrenamiento para aquellos interesados en desarrollar sus habilidades literarias. No debemos olvidar que para mejorar los escritos científicos, como cualquier otro tipo de escrito, se necesita práctica y qué mejor que en un espacio con tanto potencial como los blogs. Según Rosie Redfield, autora del blog RRResearch y quien alcanzó al estrellato blogosférico por sus críticas al estudio de Felisa Wolfe-Simon, opina respecto a la comunidad de blogueros en Estados Unidos que “escribir en línea es valioso en todos los niveles para la gente que decide hacerlo. Ciertamente, hasta ahora los mejores escritos de ciencia están ocurriendo dentro de la comunidad de escritores llamados blogueros”.
Es lamentable entonces que, teniendo un espacio gratuito de gran alcance y con tantas posibilidades creativas, los blogs de ciencia no sean una herramienta tan socorrida en otros países. En México, no hemos todavía alcanzado una comunidad ni remotamente importante de blogueros y blogueras de ciencia. Ninguno de los principales medios de comunicación electrónica de noticias ha considerado incluir un espacio para los blogs de ciencia, como ya ocurre en The New York Times y The Guardian, entre otros. Esta ausencia de blogueros no es ni por falta de buenos escritores ni de temas interesantes, créanme.
Es tiempo de que los interesados en la comunicación de la ciencia abracemos las posibilidades que las herramientas de la web 2.0 nos ofrecen y que nos unamos con más fuerza a las filas de blogueros donde la comunicación de la pasión por la ciencia (también) es lo que impera.
Artículo de referencia:



ResearchBlogging.org
Wolinsky, H. (2011). More than a blog EMBO reports, 12 (11), 1102-1105 DOI: 10.1038/embor.2011.201

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Pescado en salsa de maracuyá y mostaza


½ kilo de filete de pescado
½ kilo de su verdura favorita
4 maracuyás grandes
2 cucharadas de mostaza americana
1 cebolla mediana
Aceite de oliva






Sal al gusto
Fruto de Passiflora edulis flavicarpa. Imagen de Fibonacci tomada de Wikimedia Commons.
Se sancocha la cebolla en tantito aceite y se agrega la verdura.
Aparte se licua con una taza de agua la pulpa del maracuyá, la mostaza y la sal.

Se cuela la mezcla y se agrega a las verduras y se deja hervir unos 5 minutos.
Se puede dejar el filete de pescado entero o cortarlo en rectángulos pequeños y después se agrega a la salsa con las verduras. Se deja cocer durante unos 15 o 20 minutos.
Sírvase con arroz blanco.
 Cuando no se indica lo contrario, las fotografías son de Guillermina.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Facebook y las regiones del cerebro

Hasta hace un par de semanas Facebook tenía más de 750 millones de usuarios. En dicha red social virtual, como en otras como MySpace, los usuarios se mantienen en contacto con sus amigos de forma –a veces bastante- visible. Los usuarios de dicha red podemos darnos cuenta de que hay cierta variabilidad en el número de amigos que cada usuario tiene. Las razones de dicha variabilidad siguen perteneciendo al mundo de la especulación.
Imagen de Autumn tomada de aquí.
Hasta hace muy poco si la red de amigos en Facebook reflejaba o no el tamaño de las redes sociales en el mundo real (no virtual) seguía siendo poco claro y, a falta de datos empíricos, especulativo también. Podría ser que, por ejemplo, el tamaño de la red virtual tuviera una base neural. De hecho, en un estudio reciente se encontró que el tamaño y la complejidad de las redes sociales no virtuales estaba relacionado con el tamaño de la amígdala derecha e izquierda. Por lo tanto, la idea de que el tamaño de la red de amigos en Facebook estuviera relacionado con el tamaño de alguna región cerebral no es para nada descabellada.
En un bonito estudio llevado a cabo por investigadores del Reino Unido y Dinamarca liderado por Ryota Kanai y Geraint Rees un grupo de investigadores se dieron a la tarea de averiguar lo anterior y, además, identificar las regiones del cerebro asociadas con el tamaño de la red social de un grupo de usuarios de Facebook. Los autores además pensaron que tal vez las habilidades necesarias para mantener las redes sociales virtuales y las no virtuales podrían ser diferentes y que, por lo tanto, el tamaño de diferentes regiones cerebrales podría relacionarse de forma diferente con el tamaño de cada tipo de red social.
Para averiguar lo anterior, el equipo anglo-danés utilizó imágenes cerebrales por resonancia magnética (IRM) de 125 individuos, principalmente estudiantes. Con las IRM se obtiene una medida macroscópica de la anatomía del cerebro que ha sido utilizada de forma exitosa como correlato para identificar diferencias individuales con respecto a un montón de contextos como desempeño sensorial, habilidad introspectiva, orientación política, etc. De particular interés en este estudio fue el tamaño de aquellas regiones cerebrales que se relacionan con la cognición y la conducta social como aquellas implicadas en el reconocimiento de pistas sociales, teoría de la mente, memoria, etc.
El tamaño de varias regiones cerebrales fue entonces relacionado con el número de amigos que los individuos tenían en Facebook y en otras redes sociales no virtuales.
Los autores encontraron que el lado derecho de la amígdala cerebral estuvo asociada con el tamaño de las redes sociales virtuales y no virtuales, pero tres áreas cerebrales estuvieron asociadas específicamente con el tamaño de la red social virtual: el lado derecho del surco temporal superior, el lado izquierdo de la circunvolución temporal media y la corteza entorrinal.
Se ha observado que el surco temporal superior está asociado con la percepción del movimiento, pero también con la percepción de las intenciones de otros y la navegación en redes sociales. La corteza entorrinal se relaciona con la memoria asociativa, por ejemplo, la que necesitamos para memorizar pares de nombres y caras. Por lo que el hecho de que esta región esté asociada con redes virtuales –pero no con redes no-virtuales- podría sugerir que la participación de esta región relacionada con la memoria es indispensable para lidiar con una red virtual más grande que la no virtual. En general, el hecho de que haya regiones relacionadas exclusivamente con redes sociales virtuales sugiere que para lidiar con este tipo de redes podría ser necesaria una cognición social particular. 
Amigos en Facebook. Imagen de Matt Held.
Por otro lado, los autores encontraron que el tamaño de las redes virtuales (el número de amigos en Facebook) estuvo relacionado con el tamaño de las redes no virtuales. Este hallazgo apoya la idea de que los usuarios de redes virtuales utilizan estas herramientas en línea para mantener y fortalecer redes ya existentes, en lugar de simplemente crear redes de amigos nuevos y virtuales.
Una cosa que no nos dice el estudio del equipo anglo-danés es si aquellos individuos con una cierta estructura cerebral son más propicios a tener redes sociales virtuales de mayor tamaño o si ciertas áreas pueden incrementar su tamaño dependiendo de las posibilidades y necesidades impuestas por la vida virtual. No debemos olvidar que encontrar una correlación no es prueba de causa y efecto, por lo que un estudio longitudinal de usuarios de Facebook podría darnos más información acerca de la plasticidad neuronal del cerebro y/o sobre las bases biológicas de nuestras tendencias en línea.
Hoy en día que se habla mucho de la forma en la que Internet ha cambiado nuestros cerebros, pero sin pruebas palpables al respecto. En ese sentido, este tipo de estudios empiezan a darnos pistas respecto a la forma en la que nuestros cerebros pueden –o no- ser maleables a los retos impuestos por la variedad de medios sociales contemporáneos.
Artículo de referencia:
 



ResearchBlogging.org
Kanai, R., Bahrami, B., Roylance, R., & Rees, G. (2011). Online social network size is reflected in human brain structure Proceedings of the Royal Society B: Biological Sciences DOI: 10.1098/rspb.2011.1959