El asma es una enfermedad crónica de las vías respiratorias que afecta a alrededor de 300 millones de personas alrededor del mundo. Entre los síntomas se cuenta la respiración sibilante, falta de aire, tos y opresión en el pecho en respuesta a uno o varios factores desencadenantes, como los alergenos. El asma afecta –en mayor o menor medida- la calidad de vida de los pacientes diagnosticados con la misma. Quien la padece, lo sabe bien. Como muchas otras enfermedades, el asma –así como los diversos tratamientos para su control- es el objeto de numerosos estudios. Sin embargo, los alcances de muchos de estos estudios pueden ser limitados porque en muchos de ellos –los llamados estudios clínicos controlados- los grupos de estudio son homogéneos, por lo que los resultados no necesariamente pueden extrapolarse a un grupo heterogéneo del mundo real. Por ejemplo, en muchos de estos estudios los fumadores son excluidos cuando dichos pacientes pueden constituir alrededor del 25% de aquellos que reciben tratamiento contra el asma. Una alternativa son los llamados estudios pragmáticos que son llevados a cabo en grupos “reales”. Es decir, con grupos más heterogéneos que reflejan con mayor fidelidad la complejidad y la diversidad tanto de los pacientes como de la práctica médica del día a día. Las directrices para tratar enfermedades se basan en estudios clínicos controlados. Para controlar el asma dichos estudios sugieren el uso de un glucocorticoide inhalado. Sin embargo, cerca del 80% de los pacientes tienen problemas para usar los inhaladores ya sea porque tienen efectos colaterales o porque no desean tomar esteroides.
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Inhalador para el asma. Imagen tomada de Wikipedia. |
En un estudio reciente liderado por David Price de la Universidad de Aberdeen y la Escuela Médica de Norwich, Reino Unido, se llevaron a cabo dos pruebas donde se evaluaba 1) la efectividad del inhalador comparado con el del LTRA (ambos como tratamientos principales) y 2) la efectividad del LTRA y el LABA como tratamiento adicional para pacientes que recibían el inhalador como tratamiento principal. Su estudio fue llevado en un contexto real, es decir, fue un estudio pragmático con pacientes reclutados en diversas clínicas a lo largo y ancho del Reino Unido. En este estudio eran además los mismos pacientes quienes evaluaban la efectividad de los medicamentos en cuanto a su calidad de vida. Según sus resultados el LTRA fue igualmente efectivo que el inhalador de glucocorticoides como tratamiento principal e igualmente efectivo que el LABA como tratamiento adicional. Los pacientes recibieron seguimiento durante 2 años, lo cual es un punto importante a favor de este estudio ya que su extensión lo hace relevante en términos de la práctica clínica ordinaria.
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La buena noticia es que el LTRA viene en pastillas (como Montelukast y Zafirlukast), lo que, comparado con el inhalador convencional, hace más fácil su uso. Entre otras ventajas el LTRA estará disponible como medicamento genérico muy pronto (en algunos países como el Reino Unido), puede tener efectos colaterales positivos contra padecimientos como la rinitis y parece ser una sustancia bastante segura. Adicionalmente, podría ser un tratamiento particularmente atractivo en contextos en los que los pacientes con asma no reciben tratamiento, como en los países en desarrollo. Entonces, el estudio de David y colaboradores lanza dos mensajes importantes. El primero -por supuesto- tiene que ver con la eficacia de otras sustancias o medicamentos en el tratamiento contra el asma, lo cual son buenas noticias tanto para los pacientes como para el doctor familiar. El segundo, es que resalta la importancia de los estudios pragmáticos en la evaluación de tratamientos médicos. Este tipo de estudios tienen sus pros y sus contras. Entre las ventajas es que constituyen un enfoque mucho más realista, pero la desventaja es que hay muchas variables que no pueden ser controladas –como en los estudios clínicos controlados- por lo que constituyen experimentos “menos perfectos”. Sin embargo, aun cuando los resultados parezcan difíciles de interpretar estos podrían compararse con aquellos obtenidos en estudios controlados: los resultados de David y su equipo son básicamente iguales a por lo menos tres estudios clínicos (GOAL, FACET y OPTIMA). En consecuencia, y tal y como David y su equipo sugieren, la toma de decisiones respecto a tratamientos médicos puede estar mejor fundamentada si se toman en cuenta tanto los estudios clínicos controlados como los estudios pragmáticos. Artículo de referencia: |
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